Un terremoto en el rock

Por Sergio Ariza

Pocas veces en la historia del rock se puede hablar de un disco tan rompedor e innovador que suponga el inicio de algo, pero In The Court Of The Crimson King es uno de esos pocos elegidos, puede que la escena de Canterbury, con los seminales Soft Machine, o el Days Of Future Passed de los Moody Blues llegaran antes, pero el debut de King Crimson es el verdadero inicio de eso que se terminó llamando rock progresivo. 

Desde el momento en el que el disco se abría con el espectacular riff de 21st Century Schizoid Man y entraba la alterada voz de Gregg Lake, totalmente distorsionada, uno tenía la impresión de estar ante algo totalmente nuevo, algo que se acentuaba cuando llegaba el extraño puente instrumental y el guitarrista de la banda se ponía a tocar de una manera que hacía que todo el mundo se preguntara de dónde había salido ese tipo que mezclaba jazz, psicodelia, rock duro y progresivo y que no parecía tener ninguna relación con el resto de Dioses de la guitarra de la época, más allá del modelo de su guitarra, una Les Paul Custom de finales de los 50.
    

     

Claro que después de la tempestad que suponía ese inicio llegaba la maravillosa calma con la pastoral I Talk To The Wind, en la que comenzaba a destacar el otro gran protagonista del disco, más allá de ese guitarrista llamado Robert Fripp, que no es otro que Ian McDonald, que toca varios instrumentos, entre ellos el omnipresente melotrón, y que es el responsable de las maravillosas melodías de la mencionada I Talk To The Wind, The Court of the Crimson King, además de contribuir, junto al resto de la banda, en la gigantesca Epitaph, una de las mejores canciones del género y la canción que cerraba la primera cara de manera absolutamente magistral. Y es que estamos hablando de la que posiblemente sea la melodía más perfecta del grupo, rodeada por una interpretación grupal maravillosa, con un Lake perfecto a la voz, con Fripp doblándose entre acústica y eléctrica, y McDonald coloreando toda la canción con el melotrón.
    

La segunda cara solo tenía dos canciones, una de más de 12 minutos y otra de más de nueve. La primera era Moonchild, una canción que comienza como una tranquila balada antes de convertirse en una especie de jam, primero con un Fripp calmado y melancólico, para luego pasar a una parte desquiciada, con las que el guitarrista demuestra que es de los pocos músicos progresivos capaces de improvisar sin caer en la pedantería y los excesos que acabarían siendo la ruina de este género. Claro que también es de aplaudir la pericia del resto de componentes, en especial un Michael Giles totalmente encendido a la batería.
   

    

El disco se cierra con la épica The Court of the Crimson King, con nuevamente Fripp en la acústica, en una canción que comienza casi folk y da paso a un estribillo colosal y sinfónico, además de contar con varias maravillosas secciones instrumentales en las que McDonald brilla con su flauta.
     

Cuando salió al mercado en octubre de 1969, In The Court Of The Crimson King ya anticipaba los sonidos que iban a aparecer en la siguiente década. Las grandes figuras de los 60 supieron ver su importancia, los Stones se llevaron a la banda de teloneros en su mítico concierto gratuito de Hyde Park, Hendrix los calificó como la mejor banda que había visto en directo y Pete Townshend dijo que su debut era "una obra maestra extraordinaria". Pocas veces una banda logró semejante terremoto con un solo disco como King Crimson con In The Court Of The Crimson King.
  

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