La madurez de una gran banda
Por Sergio Ariza
El octavo disco de R.E.M. llegó en el momento en el que los de Athens se habían
convertido en estrellas de rock a nivel mundial gracias al éxito de Out Of Time. Pero en vez de seguir por
ese camino decidieron entregar su disco más sombrío e intimista. Un disco en el
que las baladas llevan el peso del disco y en el que la hermosa voz de Michael Stipe brilla particularmente.
Es el disco menos directo de la banda, algo que se puede comprobar desde la
primera canción (y primer adelanto) del disco, Drive, pero, a la vez, es también su disco más bello. Un disco en
el que se tratan temas como la mortalidad o el paso del tiempo pero en el que
se puede encontrar espacio para la esperanza en brillantes momentos como The Sidewinder Sleeps Tonite o la
emocionante Everybody Hurts. El mejor
disco de una banda que, en aquel tiempo, no había sacado un disco que bajara
del notable alto.
Para cuando llegó el momento de grabar el que
era el octavo disco de su carrera, R.E.M. había culminado su camino de banda
independiente a estrellas del rock a la altura de U2. En ese momento eran la banda de rock más importante de los EEUU
pero justo ese año se estaba produciendo la explosión de la música alternativa
y la escena grunge capitaneada por Nirvana.
El camino más fácil para ellos hubiera sido volver a enchufar las guitarras
eléctricas y lanzar un disco que les uniera a esta nueva ola de la que eran
claros predecesores. Pero R.E.M. nunca ha elegido el camino fácil y decidieron
explorar aún más los pasajes acústicos abiertos con Out Of Time. Se le podría considerar como el disco de madurez de la
banda, el más cohesionado musical y líricamente.
Todos los detalles del disco están cuidados a
la perfección, es un disco en blanco y negro, al estilo de la portada que lo
ilustra, con un material más oscuro e íntimo de lo habitual, con temas que
tratan sobre la mortalidad y el paso del tiempo. Musicalmente es una maravilla
con innumerables instrumentos que añaden diferentes tonalidades al conjunto y
unas magníficas orquestaciones a cargo del mismísimo John Paul Jones de Led
Zeppelin en cuatro de sus mejores canciones.
Peter
Buck vuelve a demostrar que es un maravilloso
guitarrista rítmico, al estilo de su ‘gemelo’ británico, Johnny Marr. En este disco sigue usando la mandolina y la acústica,
a las que añade un buzuki, pero no se olvida de volver a traer su mítica
Rickenbacker 360 y añadir una Les Paul a la receta, una guitarra que brilla en Ignoreland, donde sale a relucir otra de
sus grandes influencias, Neil Young.
Solo en Man On The Moon, una de las
mejores canciones de la carrera del grupo, hay ocho partes de guitarra
distintas, incluida una Gibson J300 acústica, que es la que abre la canción,
una Telecaster a través de un Mesa/Boogie que se encarga de la parte de slide
(otra novedad para este disco), el buzuki griego (que también sirve de cimiento
para Monty Got A Raw Deal), la
Rickenbacker 360 y la Les Paul a través de un Marshall en los acordes del
estribillo. El resultado es absolutamente espectacular, a pesar de que, como
paisano de Duane Allman, pensara que
utilizar el slide era casi sacrilegio.
Pero puede que donde más resuene este disco
sea en su devastador y bello final con Nighswimming
y Find The River, dos canciones
gigantescas que tratan sobre uno de los grandes fantasmas que se pasea por este
disco, la muerte. Pruebas más que suficientes de un grupo que supo madurar a la
perfección, encontrando en el camino el pico de una carrera asombrosa.
No es de extrañar que con motivo de su 25
aniversario se vuelve a publicar en una edición especial que incluye la única
actuación en directo que hicieron para promocionarlo, un hecho excepcional, que
equipara esta etapa de su carrera a la que pasaron los Beatles cuando
abandonaron las giras para centrarse en el estudio de grabación, además de
varias demos que sirven para ver el proceso de evolución de muchas de estas
canciones.