Desentrañando a Jim Morrison
Por Sergio Ariza
Este año se han cumplido 50 años de la muerte de Jim Morrison, uno de los mayores mitos de la historia del rock. Un personaje que sigue fascinando y repeliendo casi del mismo modo, una de esas figuras tan controvertidas que generan amor absoluto o desprecio total. Algo que tampoco le importaría mucho, siendo el líder de los Doors alguien que se movía a la perfección en los extremos. Nunca fue capaz de tocar un instrumento y, sin embrago, fue el principal compositor de su banda. Aplastado por su propio éxito, la leyenda del Rey Lagarto y la adulación de fans y groupies,
Morrison entregó lo mejor de su carrera antes de hacerse famoso, aunque fue capaz de un último ramalazo de genio antes del telón final. Morrison estaba destinado a ser parte de la clase dominante de EEUU, un chico blanco, protestante, guapo e hijo de un almirante de la Marina estadounidense, pero se desvío pronto del camino que le tenían preparado, gracias a su amor por el rock & roll de Elvis Presley, el blues de John Lee Hooker o Howlin’ Wolf y la poesía de los simbolistas franceses.
Su carácter extremo y voluble ya estaba ahí en su adolescencia cuando comenzó a fantasear con el suicidio hasta que sonó una canción de Bo Diddley por la radio y comenzó a bailar y a pensar que la vida podría merecer la pena. Eso sí, una vida como le diera la gana vivirla a él, no como la que le tenían preparada.
A pesar de todo, su pasión principal en su juventud era el cine y lo que quería ser era director. Se enroló en la escuela de cine de UCLA y fue allí donde conoció a otro fanático de la música (y oveja negra de su familia), Ray Manzarek, que ya había intentado formar una banda con sus hermanos. Para la mitad de 1965 ya se había graduado y vivía como un bohemio en la azotea de un edificio de Venice Beach. Su dieta era judías de lata y LSD, pero, principalmente, simbolistas franceses y generación beat, Rimbaud y Kerouac, Aldous Huxley y Friedrich Nietzsche, puertas de la percepción y superhombres, él tenía claro que era uno de ellos.
Morrison comenzó a escribir sus propios poemas y para memorizarlos se inventaba melodías con las que era más fácil recordar las palabras. Ni siquiera era capaz de tocar dos acordes con la guitarra pero en aquel verano de 1965 ya tenía una buena colección de canciones bajo el brazo. Un día se reencontró con Manzarek y decidió cantarle Moonlight Drive, Morrison miraba a las estrellas y pensaba en el infinito, Manzarek veía dólares lloviendo del cielo. Aquel Adonis era una estrella de rock sin saberlo.
En poco tiempo reclutaron a Robby Krieger a la guitarra y a John Densmore a la batería, ninguno de los tres músicos era muy tradicional en su instrumento, Manzarek tenía una vasta influencia de la música clásica, Densmore prefería el jazz y a Krieger le fascinaba la guitarra flamenca. Si a todo ello les unimos el carisma y las canciones de Morrison tenemos una mezcla explosiva.
Sus primeros ensayos se basaron en traducir las canciones de Morrison a un lenguaje musical, el cantante las cantaba y entre todos iban dándole forma, “eso es en Fa sostenido, hay un cambio a Si…”. Para junio del 66 ya estaban tocando en el Whisky A Go Go de Los Ángeles, abriendo para los Them de Van Morrison. El arisco cantante norirlandés fue una gran influencia para el hombre con el que compartía apellido, pero la mayor influencia en su personaje escénico fue vio a la Velvet Underground dentro del espectáculo Exploding Plastic Inevitable de Andy Warhol, allí había unos tipos hablando de heroína, sadomasoquismo y femme fatales mientras se proyectaban imágenes de cine sobre ellos y Gerard Malanga bailaba descontrolado con unos pantalones de cuero ceñidos.
Ese es otro de los puntos clave del misterio Jim Morrison que, a pesar de ser del soleado Los Ángeles, su filosofía estaba más cerca del helado Nueva York y la Velvet que de sus vecinos que hablaban y cantaban sobre la paz, el amor y la música. Morrison prefería letras sobre sus complejos edípicos, ya saben matar al padre y no matar precisamente a la madre…
Su primer disco estaba grabado desde 1966, pero no vio la luz hasta enero del 67, habían sacado un poco antes Break On Through como primer sencillo, rodando además una especie de novedoso vídeo musical pero el álbum no estaba haciéndolo especialmente bien hasta que un productor decidió cortar Light My Fire hasta los tres minutos para que la radiaran las emisoras y la canción explotó en las listas. Era una de las pocas canciones que no llevaban su firma, siendo compuesta por el guitarrista, Robby Krieger que también se lucía con un gran solo en su SG. Para más inri la otra gran aportación a la canción era la maravillosa intro de Ray Manzarek al órgano. El tremendo éxito de Light My Fire le perseguiría por el resto de su carrera.
Mientras su disco de debut seguía escalando en las listas, la banda ya estaba embarcada en la grabación de su continuación, Strange Days, un disco mejor grabado y más ambicioso pero con canciones un pequeño peldaño por debajo de su maravilloso debut. Aun así, era un gran disco, las canciones seguían saliendo principalmente de los días en Venice Beach de Morrison, como la propia Moonlight Drive, ahora con un gran solo de Krieger al slide, aunque también recibió ayuda del guitarrista que compuso Love Me Two Times y le ayudó con People Are Strange. Eso sí, la canción principal del disco era la amenazante When The Music’s Over, con la que Morrison anticipaba su alter ego del Rey Lagarto.
Y es que Morrison se había convertido en el nuevo Dios del rock en EEUU, una especie de Elvis 2.0, guapo, carismático y una pesadilla para las familias bien pensantes…
O lo que es lo mismo, los dólares que vio Manzarek en 1965. Pero el caso es que el ego de Morrison se infló como un hipopótamo, llegando a hacer de menos a sus compañeros de banda. No había groupie que se resistiera, ni revista que no le quisiera en su portada. Lo malo es que el éxito no hizo sino amargarle más, convirtiéndose en un alcohólico por el camino.
El caudal creativo se había secado y la colaboración con sus compañeros era menos fluida, los éxitos seguían llegando, como Hello, I Love You que fue número uno en 1968, pero aquella canción también venía de los primeros tiempos y el grupo se estaba quedando cada vez más aislado. A pesar de que Morrison vivía en una calle de Laurel Canyon, a la que se refería en Love Street, la escena local les miraba desdeñosos, eran incluso demasiado aterradores para los grupos psicodélicos de San Francisco, no pertenecían a ninguna escena, eran su propia isla, lo que les dejaría fuera del Festival de Monterrey y, posteriormente, de Woodstock.
Morrison y la banda se ahogaban en los excesos de su cantante, para lo bueno y para lo malo. Antes del famoso incidente en el que, supuestamente, se sacó la p**** en el escenario, Morrison ya se había convertido en el primer cantante de rock detenido por la policía durante uno de sus conciertos por, según estos, desatar un disturbio. Morrison era la personificación de la rebeldía del rock, de no dejar a nadie con vida, del desafío a la autoridad. Su leyenda se basa en gran parte en eso.
Lo malo es que también había otra cara, como la del egocéntrico que no podía soportar la idea de que su banda fuera conocida por, casi, la única canción que no había escrito él mismo, o, peor aún, la de un gilipollas insoportable. Y es que Morrison podía ser un absoluto gilipollas, como bien sabía Janis Joplin, a la que, durante una fiesta, Morrison intentó manosear, pensando que a los Dioses del rock se les permite todo, solo para ver como la cantante le rompía una botella de whisky en la cabeza con toda la razón del mundo.
El caso es que los Doors fueron perdiendo lustre y el nuevo Adonis del rock, que incluso había llegado a ver al Rey Elvis reaparecer en televisión con un traje de cuero, se había hinchado por el alcohol y había macerado su voz en whisky y cerveza. Fue entonces cuando, lejos ya del Rey Lagarto, la inspiración volvió a la banda y grabaron otro de sus grandes clásicos, L.A. Woman.
Pero ya era tarde, el tipo que había dejado dicho que su único amigo era el final y que cancelaran su billete para la resurrección, tenía una cita con su amigo en París el 3 de julio de 1971. Eso sí, aunque no de carne y hueso, su resurrección popular ha estado garantizada y su figura ha vuelto a ser debatida, amada y odiada por varias generaciones. Hay quien le considera un falso y quien piensa que es un genio, entre los primeros tenemos a un Lou Reed que le despreciaba sin disimulo, claro que Reed tenía un ego tan grande como Morrison y vio como sus adorados Andy Warhol y Nico terminaron obnubilados por él, así que también pueden ser celos. Otros famosos detractores son David Crosby o Frank Zappa, pero también cuenta con seguidores como Iggy Pop, Alice Cooper o Patti Smith, que siempre le consideró un gran poeta.
Lo que es evidente es que, 50 años después, la sombra de Jim Morrison sigue siendo muy alargada y su figura sigue manteniendo el mismo poder de seducción que hace cinco décadas.