Adiós al Rey Lagarto

Por Sergio Ariza

En el momento en el que los Doors se reunieron para grabar su sexto disco de estudio, a finales de 1970, parecían una banda acabada. Su líder y cantante, Jim Morrison, había sido condenado por exhibicionismo por el incidente de Miami y se planteaba el exilio, aparte de que había pasado de ser el sex symbol oficial del rock, el Rey Lagarto, para ser un gran mamífero con unos cuantos kilos de más, además la banda veía cada vez más lejos sus dos grandes discos, ambos publicados en 1967, The Doors y Strange Days.    

      

Pero en el momento en el que en noviembre de 1970 los cuatro miembros de la banda; acompañados por el bajista Jerry Scheff, que era parte de la banda de Elvis Presley (uno de los ídolos de Morrison); pisaron de nuevo el estudio la química de los buenos tiempos volvió como por arte de magia. Morrison era incapaz de terminar muchos de los conciertos de la época pero en el estudio estaba revitalizado por un material que volvía a ilusionarle.
     

El cantante había llevado a la grabación una de sus últimas canciones, The Changeling, en la que mezclaba su amor por el blues con el funk de James Brown, pero lo que les inyectó verdadera energía fue encontrarse con dos monumentos de canciones como Riders On The Storm y la titular, L.A. Woman, dos barbaridades que pueden mirar cara a cara a lo mejor de su discografía y que eran, además, esfuerzos grupales, con cada miembro aportando algo.
    

     

En L.A. Woman Robby Krieger cambia sus queridas SG por una Les Paul del 54 y Morrison entra en trance despidiéndose de su querida ciudad y metiendo en la letra un anagrama de su nombre, Mr Mojo Risin’. Las otras dos grandes canciones del disco son la incontestable Love Her Madly, una joya de Krieger que fue utilizada como sencillo de adelanto, y Hyacinth House, una preciosa canción con música de Ray Manzarek, en la que el teclista llega a citar a Chopin, y una descriptiva letra de Morrison en la que parece hacer referencia a su relación con Pamela Courson (“I need someone, who doesn’t need me”) y a su, profética, simpatía por el final "And I'll say it again, I need a brand new friend, the end".
     

También hay unos cuantos blues bastantes conseguidos, como el Been Down So Long de Morrison o la versión de Crawling King Snake, pero también un par de temas más flojos, como L'America o The WASP (Texas Radio and the Big Beat). Eso sí, todo se redime con la canción que cierra el disco, la última canción que grabaron juntos los cuatro Doors originales y la última que vio publicada Morrison antes de su muerte el 3 de julio de 1971, Riders On The Storm.
    

      

Solo con escuchar la introducción, con el Fender Rhodes de Manzarek entretejiéndose con el sonido de la lluvia y los truenos ya sabes que estás ante algo especial. Luego entra la voz de Morrison, doblada por el propio cantante en un suspiro que le da un efecto de eco, y es como si alguien estuviera pronunciando un hechizo. Y es que la canción es tan hipnótica y amenazante, como el magnífico solo de Manzarek.     

Tanto la canción como el disco son la prueba palpable de que los Doors habían vuelto por todo lo alto. Una pena que en su exilio parisino Morrison pasara a formar parte del lúgubre club de los 27 porque es evidente que todavía les quedaban algunas cosas importantes que decir.    

Galería de foto