Epifanía Acústica

Por Sergio Ariza

John Fahey ya era un coleccionista de música empedernido cuando un amigo le puso el Praise God I’m Satisfied de Blind Willie Johnson y tuvo una epifanía. No es que dejara de coleccionar viejos discos, esa pasión se hizo todavía más obsesiva, ni tampoco que se olvidara del bluegrass y se convirtiera en un fanático del blues, sino que Fahey decidió que ya no le valía solo con escucharla sino que también iba a tocar la música que le fascinaba y le consumía.     

El tipo se esmeró tanto, y tenía tanto talento natural. que se convirtió en uno de los referentes más importantes de la guitarras acústica (cuando desde Guitars Exchange nombramos a nuestros diez guitarristas acústicos favoritos, Fahey fue uno de los elegidos), a pesar de que su obra siempre fue marginal y estuvo fuera de cualquier tipo de repercusión comercial.
      

       

El disco que nos ocupa era el cuarto de su carrera y el primero que no editaba en su pequeña compañía propia, Takoma, sino en Riverboat Records, otra compañía independiente minúscula que sacó solo una primera edición de 50 copias. Eso sí, a pesar de todo, su impacto e influencia en toda una legión de guitarristas posterior es innombrable, por no hablar de su huella en otros músicos como Thurston Moore o Beck.
       

El título y las notas del interior eran un a broma a costa de otros coleccionistas obsesivos como él, y es que Fahey se había inventado el personaje de Blind Joe Death, sabiendo el interés que despertaban viejos blueseros muertos a los que rodear de todo tipo de mitos y leyendas. Ayudado por su amigo Alan Wilson, que formaría posteriormente Canned Heat, Fahey se inventaba múltiples historias y llegaba a afirmar que Blind Joe Death tocaba en la primera cara mientras que Fahey lo hacía en la segunda, algo completamente falso.
       

        

El caso es que todo es obra de Fahey y su guitarra, salvo un par de contadas excepciones en la que le acompaña al banjo L. Mayne Smith. Pero es que Fahey se sobra y se basta con su guitarra, ya sea una 12 cuerdas barata o alguna tocada como si fuera una lap Steel, para crear todo un mundo propio. Es increíble todas las fibras que puede tocar una sola persona con un único instrumento, pero más allá de su increíble técnica lo que destaca aquí es su sentimiento y personalidad, partiendo de mitos fundacionales como Charley Patton o Mississippi John Hurt Fahey logra algo nuevo y original.
      

Aquí no hay tanta influencia de Bartok y otros modernistas, como en obras posteriores, pero se puede ver que va más allá de la mera copia. Eso sí, mientras otros fanáticos blancos del blues crearon un nuevo lenguaje al electrificar sus instrumentos, Fahey se queda en el Delta acústico, fiel a la epifanía que tuvo con Blind Willie Johnson.
       

        

La canción más conocida, y también la más bella, del disco es On The Sunny Side Of The Ocean, la primera canción que compuso en su vida y una de las mejores de su carrera. Es un ejemplo perfecto de su maestría con el fingerpickin’, melódica y disonante, impresionista y rural. Pero no es la única gran canción de un disco que también cuenta con una preciosidad como Orinda Moraga, en la que Fahey saca notas espectaculares de su destartalada guitarra, o I Am The Resurrection, con una afinación especial inventada por el propio Fahey y en la que su slide suena a blues marciano con sabor oriental. También destacan dos maravillas al slide como son How Green Was My Valley y The Death of the Clayton Peacock, una canción capaz de erizar el vello de la piel.
     

Es un disco que parece grabado en un porche de una vieja granja, con un perro sentado a los pies del guitarrista (en Poor Boy se puede escuchar ladrar a uno, mientras Fahey deja de tocar y le chista hasta que se calla) en un atardecer de película de John Ford. Pero más allá de la bonita postal que evoca, la música que contiene es algo más, intrincada, intrigante y capaz de seguir resonando en nuestra cabeza una vez terminada.
       

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