Tracker

Mark Knopfler

El octavo álbum de estudio de Mark Knopfler sin contar bandas sonoras ha dividido a la crítica entre los que lo consideran “un gran disco” y los que lo califican simplemente como “un buen disco”. No es mal comienzo, desde luego. El común denominador es que contiene la música perfecta para una velada íntima y cervecera en tu pub favorito. Incluso para un largo trago de whisky. Música exquisita para momentos de relax y contemplación o para una suave conversación, la razón por la que seguramente no ha resucitado a los Dire Straits, probablemente demasiado ‘ruidosos’ para canciones que en algunos casos rozan el susurro y los instrumentos apena dibujan una atmósfera que parece desvanecerse.

Es más el disco de un cantautor de esos que recorren carreteras polvorientas made in USA a lo J.J. Cale, que de aquel héroe de la guitarra que en los años 80 colmaba estadios. Los dedos resbalan lánguidos una y otra vez por las seis cuerdas sobre una alfombra acústica y una base rítmica empeñada en no destacar.


En realidad es una sensación engañosa porque Tracker es lo suficientemente largo y denso como para contener mucho más. Broken Bones, por ejemplo, recupera los viejos tiempos de los Straits y quizá sea una de las pocas en las que se luce como guitarrista jugando con los efectos de sonido para marcar el ritmo hipnótico de la melodía. Simple pero a la vez enormemente complejo.




Tampoco faltan las habituales reminiscencias celtas que tanto gustan a Knopfler, quizá la parte más previsible del disco junto con el saxo, instrumento imprescindible para la música que le recuerda en la memoria del gran público. El resto es la marca de la casa, saltando del jazz al country y de estos al folk, un repaso a sus conocidos gustos a la hora de componer y escribir canciones que probablemente no destaquen demasiado en su repertorio, creadas casi más para sí mismo que para los clientes del pub de turno.

Que sea un gran disco o simplemente bueno es lo de menos llegados a este punto. Con Tracker no pretende cambiar la historia con otros sultanes sino de, al menos durante la hora y poco que duran sus 11 cortes, darle una bella pincelada a la banda sonora de nuestras estresadas vidas.