La vida a través de una guitarra
Por Vicente Mateu
El
genio de la Creedence empezó su carrera a lomos de una Rickenbacker 325 y la
culmina con una Telecaster
Cuando alguien monta una banda en un lugar de
California llamado El Cerrito, o son atracadores de bancos o un grupo de
country. Pero corrían los años 60 y alguien se empeñó en que los hermanos
Fogerty, que por suerte optaron por la segunda opción como Tommy Fogerty and the Blue Velvets, imitaran a los Beatles y se
dedicaran al brit-pop, aunque rebautizados como The Golliwogs.
Un nombre y un estilo con el que los ‘muñecos
negros’, blancos como la leche, nunca hubieran pasado a la Historia de no
convertirse en el embrión de un capítulo tan fugaz como fundamental de los
orígenes del rock, la Creedence Clearwater
Revival. La culpa fue realmente de su discográfica, Fantasy Records, un
personaje secundario pero relevante en la leyenda del ‘hijo de la Fortuna”.
John
Fogerty nació en la mítica Berkeley en mayo de 1945,
justo a tiempo para asistir al final de la cruenta II Guerra Mundial y crecer
entre los pañales de un nuevo mundo en el que estaban a punto de cambiar muchas
cosas. Veintipocos años después él haría su propia revolución al dar un golpe
sobre la mesa de Fantasy Records, tirar el pop por el desagüe y tocar lo que
tanto él como su hermano Tom y sus
colegas Doug Clifford y Stu Cook deseaban desde hace mucho
tiempo: puro y duro southern rock. Para eso se habían mudado a El Cerrito.
Esta parte de la historia es bien conocida.
Todo ocurrió muy rápido, entre 1968 y 1973 aproximadamente. John decidió que
era un genio y su hermano no aguantó la presión. Tampoco Doug y Stu, con los
que grabó un puñado de discos con algunos de los referentes de la Historia con
mayúsculas del Rock con mayúsculas: Fortunate
Son, Proud Mary, Born on the Bayou, Down on the Corner… hay de sobra para elegir. Su separación marcó,
en realidad, la frontera entre el rock de los 60 y sus herederos de los 70.
El complicado, joven y endiosado John Fogerty
se creía, además, muy bueno con la guitarra -él mismo lo confiesa en muchas entrevistas-,
una poderosa Rickenbacker 325 -la misma que usaba John Lennon- con la que
quería emular a su gran ídolo, Chet
Atkins, al que siempre ha rendido tributo a lo largo de su vida “además de James Burton, por supuesto”.
Fogerty empezó con una Silvertone Danelectro
de 88 dólares, amplificador incluido, a la que intentó relevar una Fender
Mustang antes de colgarse la Rick 325. Fueron las primeras de una colección en
la que, por supuesto, también brillan las Gibson, la ES-175 que sustituyó por
una Les Paul cuando se la robaron. La maldición de las leyendas, casi obligados
a dormir con sus instrumentos favoritos si no quieren ver cómo desaparecen en
las tripas de algún aeropuerto.
Sin embargo, la Telecaster habitual de Burton,
el hombre que quizá más ayudó a crear el rock and roll de los años 50
acompañando a Elvis, Jerry Lee Lewis y a casi todas las
estrellas de esa época, no formaría parte de su equipo hasta mucho después. En
su engreimiento no dudó en grabar él mismo todos los instrumentos en su primer
vinilo en solitario, The Blue Ridge
Rangers, un homenaje sin concesión a mayor gloria del country.
La carrera en solitario de John Fogerty no
pudo arrancar peor, no le salvó ni el Rockin’
all over the world, que le llevó de nuevo a las listas de éxitos en 1975.
Pero al año siguiente, el fiasco de Hoodoo
fue tan doloroso que pidió a su compañía, que ya había decidido no publicarlo,
que destruyera las cintas originales. Y decidió desvanecerse en el olvido
durante una larga década.
Fiel a
sí mismo
Una Washburn Falcon consiguió sacarle, por
fin, del agujero negro creativo en que había caído. En 1985, Centerfield nos devolvió a un maestro de
la guitarra. Tan complicado y rebelde como siempre, pero consciente de que su
vida pasaba -y pasa- por las seis cuerdas. Un disco de madurez que le dio otro
número 1 para su colección tras tantos años en la cuneta, The Old Man Down The Road.
Por supuesto, los problemas legales siguieron
persiguiéndole para amargarle el momento. El fantasma de Fantasy Recods le
perseguía allá donde fuese con su flamante Washburn.
Fogerty, fiel a sí mismo, terminó de estropearlo
con sus propias obsesiones, su enfrentamiento con sus antiguos compañeros de la
Creedence, con los que se negó a tocar en más de una ocasión y, sobre todo,
afectado por el drama personal de su hermano Tom, al que la epidemia del VIH
mató a los 48 años. Como la primera vez, a principios de los 90 se refugió de
nuevo en el silencio y el exilio creativo.
Otra guitarra volvió a cambiar su vida. Miró
hacia atrás y se reencontró con James Burton y su Telecaster. Fogerty explica
que prefería la Gibson Les Paul porque la Fender le resultada muy “difícil” de
tocar.
Estudiando a su viejo maestro, Fogerty
descubrió “otra aproximación” a la Fender que le permitió dominarla. Según él es
la que mejores sensaciones le transmite cuando hace falta dar caña sobre el escenario. Le da igual que sea la Custom de 1959
o 1969, ahora mismo es su favorita.
La
derrota de los ‘malvados’
El regreso se produjo en 1997 y con un Grammy
de regalo al mejor álbum de rock del año. Blue
Moon Swamp, en el
que se permitió hasta tocar el dobro, fue más que un éxito de ventas y le dio
el impulso que necesitaba su moribunda carrera, además de ser uno de sus
mejores trabajos como guitarrista. Como curiosidad, pese a su amor por la
Telecaster, en la portada del disco aparece con una Strat, al parecer para
darle más aire ‘surf’. En todo caso, no dejaba duda de su marcha a las filas de
Fender.
Premonition, en directo, publicado un año después, parecía un auténtico nuevo comienzo
a sus cincuentaypocos años y con el siglo XXI a la puerta de la esquina.
Le costó algo más de lo esperado y no ha sido
hasta 2004, con la compra de los ‘malvados’ de Fantasy Records por otra
compañía, Concord Records, cuando Fogerty ha vuelto a ser de verdad una
estrella del rock que sigue brillando hasta hoy. Volvió a cobrar royalties por
los éxitos de CCR, regresó a los estudios, grabó Deja Vu, se metió en la protesta contra la guerra en Irak, se coló
en giras importantes por todo EEUU y hasta consiguió tocar en el Reino Unido en
2006 tras décadas sin pisar sus escenarios. ¿Qué más podía pedir?
Ahora sí tenemos al guitarrista en estado
puro. No hacen falta más canciones. Con verlo en directo nos basta y a él por
lo visto también. Tocar por el placer de tocar. Y con todas sus guitarras
preparadas para usarse en cualquier momento. Ya da igual marca o modelo, todo
tuneado con su inconfundible estilo.
Una parte del mérito corresponde a unos
admiradores inesperados del grunge que le situaron entre sus principales
influencias. En su último trabajo, Wrote
a Song for Everyone (2013) cuenta con la colaboración de Foo Fighters, Kid Rock o nuestro amigo Tom
Morello entre muchos otros. Son versiones de sus viejos temas, pero suenan
rabiosamente nuevos. Es el secreto del rock and roll.
La fortuna ha vuelto a sonreír a uno de sus
hijos.