El hombre al que llamaban ‘señor Guitarra’

Por Vicente Mateu

Basta colgarse una Gretsch para sentirse Míster Guitar; para tocarla como el viejo Chet hace falta algo más. La leyenda de Chester Burton y la de su alter ego Chet Atkins está ligada a la del instrumento con la que empezó a escribirla desde que le pusieron un ukelele en las manos. Años más tarde, aquel chaval de Tennessee se convertiría en mucho más que un gran guitarrista: dirigiría una discográfica de la influencia de la RCA, redefiniría el country creando el ‘sonido Nashville’ y ejercería de ‘padrino’ de muchos otros grandes músicos como productor de sus discos. Junto a Les Paul, es uno de los personajes claves para entender lo que vendría después.  

La carrera de Chet Atkins está marcada por su obsesión por tocar mejor que su ídolo, Merle Travis, y por el asma, paradójicamente quizá su principal ayuda para conseguirlo. Su enfermedad fue una tortura que le obligaba a dormir sentado y para conciliar el sueño tocaba la guitarra, noche tras noche… hasta que aprendió a usar tres dedos de su mano derecha para pulsar las cuerdas y no sólo el pulgar y el índice como hacía su maestro. Esa técnica aprendida mientras él intentaba llenar de aire sus pulmones dejaría sin aliento a los colegas de su época y de las siguientes hasta que Mark Knopfler y sus sultanes del swing le dieron un nuevo esplendor. Maestro y alumno, por cierto, grabaron algunas interesantes ‘lecciones’ magistrales.

 

Atkins
no vendió su alma al diablo, pero su biografía incluye muchas de esas ‘cosas’ que definen la complicada personalidad de un genio. Al margen de anécdotas como la de la pistola con qué pagó a su hermano su primera guitarra, era un perfeccionista compulsivo que en cuanto pudo se construyó su propio estudio de grabación, renuente a actuar en directo, y controvertido como empresario cuando acabó ‘tarifando’ con sus socios de la RCA.
 

También es famosa su ruptura con el fabricante de sus inconfundibles guitarras, la marca Grestch especializada en instrumentos ‘con alma’, a la que quiso obligar a retirar su nombre -esa placa en el clavijero- de sus modelos mientras él diseñaba para la competencia de Gibson, su nuevo proveedor. En cualquier caso, como ‘luthier’ Atkins es quizá uno de los más longevos y sus creaciones siguen disfrutando de una alta demanda, desde la popular ‘6120 Chet Atkins’ a la exquisita ‘Country Gentleman’.
 

Ese Atkins enamorado de su guitarra es el verdaderamente interesante, el amante del jazz que consiguió sacar el country de los salones que aún olían -con perdón- a establo y bourbon. Desde Elvis Presley a Waylon Jennings, Floyd Cramer, Don Arnold o Connie Smith, nada salía de Nashville sin su aprobación en su papel de mandamás de la RCA. Él siguió grabando discos, cosechando sus propios éxitos, pero sobre todo los de la multitud de artistas para los que hizo de músico de sesión.
 



En aquellos dorados años 60 de que disfrutaban los EEUU, su propia carrera brilló con varios éxitos como Yakety Axe, en 1965, y poco después Country Gentleman. En esos momentos, su vida estaba más centrada en su faceta de ejecutivo agresivo de una gran discográfica. Al mismo tiempo le llovían críticas desde los sectores ‘puristas’ de la música popular norteamericana que recelaban de la inclusión de elementos del pop, del rock y del jazz en su ‘corralito honky-tonk’. Bob Dylan no paraba de advertir que los tiempos estaban cambiando, pero algunos no se habían enterado.
 

Hablamos, por cierto, de un autodidacta. Nacido en 1924 (Lutrell, Tennessee), los comienzos de su carrera transcurrieron en las emisoras de radio, saltando de Estado en Estado, haciéndose un nombre como guitarrista de sesión… porque en aquellos tiempos -los años 40-, lo de la música ‘en directo’ no era ningún eufemismo. En 1946, consiguió por fin grabar sus primeras canciones pese a su fama de ‘bicho raro’ del country que le había costado algún que otro despido. Pero cuando por fin llegó a Nashville, era para quedarse.  

Steve Sholes
, el jefe supremo de RCA hasta que, a su muerte, le sucediera el propio Atkins, quedó impresionado con la media docena de canciones que le hizo grabar al llegar a la capital del country. De inmediato, lo contrató como guitarrista de estudio de la discográfica (que por entonces era, en realidad, un apéndice de la emisora de radio).
 

Fue el momento clave de las dos décadas ‘prodigiosas’ de Atkins. Arrancaba una prometedora carrera en la industria discográfica en la que demostró tener buen ojo para los fichajes y, sobre todo, visión de futuro, al mismo tiempo que él grababa sus propios discos y conseguía sus primeros ‘hits’, Mr. Sandman y Silver Bell. A esas alturas, el apodo de Mr. Guitar era un título que nadie se atrevía a discutir. Un auténtico hombre orquesta al que aún le sobraban ideas para diseñar sus propias guitarras (y pelearse con todo el mundo).
 

 

En los 70, Atkins volvió a centrarse en su faceta musical. En compañía de los ‘hillbillies’ Homer & Jethro, un dúo de banjo y guitarra muy popular con el que ya había trabajado en sus comienzos, formó la Nashville String Band, con la que según sus biógrafos oficiales alcanzó su cima como instrumentista. La razón del cambio fue que, desgraciadamente, en 1973 le diagnosticaron su primer tumor, que logró superar. De nuevo la enfermedad marcaba su vida y de nuevo le devolvía al punto de partida: las seis cuerdas.
 

Con la libertad que da haber visto tan cerca el final, Atkins se dispuso en los 80 a cumplir su sueño secreto: grabar un disco de jazz. Aunque para ello tuviera que pelearse con RCA y largarse como hizo con Grestch, a la competencia. Acogido en Columbia, en 1983 dio a luz Work It Out With Chet Atkins, el primero de un puñado de joyas antes de retornar al country más puro en los últimos años de su vida. Justo a tiempo de compartir estudio con Knopfler y Jerry Reed a principios de los 90.
 

Con 70 años a sus espaldas, el viejo Chet no pudo aplazar más su cita con la leyenda. Otra vez el cáncer, esta vez aún más grave, le postró en su casa de Nashville a mediados de los 90 aún más reacio que nunca a participar en cualquier evento, hasta su muerte en 2001. Su guitarra ya no tenía fuerzas para burlar al destino una vez más. Murió, por supuesto, en Nashville. Eso no se lo pudieron quitar.
           
 

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