Attack Of The Killer V (1990)

Lonnie Mack

La guitarra número 007


La muerte de un gigante como Prince eclipsó la de otro ermitaño de la música que también apagó su guitarra aquel maldito 21 de abril de 2016. La número 007. La séptima Flying V que salió de los talleres de Gibson y que Lonnie Mack compró en 1958. El mismo año que vería nacer al genio de Minneapolis con el mismo veneno de las seis cuerdas en la sangre mientras en las FM se escuchaban ya los apabullantes y eléctricos solos de aquel granjero de Indiana.

Lonnie McIntosh
era un tipo afable y sencillo que odiaba el star system; Lonnie Mack era un asesino. Mejor dicho, lo era su guitarra, la ‘Killer V’ que dio título a su último disco, en 1990, un directo que se puede considerar el testamento de uno de los pioneros que convirtió nuestro instrumento favorito en protagonista por sí mismo. Su Gibson era la voz solista sobre el escenario, y él sabía hacerla ‘cantar’ como nadie.


Nacido en el verano de 1941 en medio de la nada, la ribera del Ohio fue la autopista que le llevó hasta Cincinnati como músico callejero. Acaba de cumplir 13 años, le habían expulsado de la escuela y se ganaba la vida gracias al bluegrass por los hoteles de la ciudad.

El rock’n’roll balbuceaba cuando empezó a experimentar con las Fender en los años 50, cuando tanto la Stratocaster como la Telecaster especialmente estaban revolucionando el country. Poco después de que decidiera cambiar a la Gibson Les Paul, se anunció una nueva guitarra cuyo diseño no sólo impactaría a Lonnie, la Flying V, otra leyenda a la que jamás sería infiel. Es su imagen la que llena la portada del Attack of the Killer V, no la suya como en el resto de su discografía.


El country eran sus raíces.  A ellas se agarró en un mundo en el que también estallaban el blues, el góspel, el R&B, el jazz o el rockabilly y disponía de una legión de maestros, desde Hank Ballard a T-Bone Walker, de los que aprender. No tardó demasiado: en 1964, su primer álbum, The Wham of The Memphis Man! llevó a la fama el característico vibrato de su amada e inconfundible guitarra. Su forma de flecha era, además, perfecta para destacar sobre el escenario.


El problema es que a él no le gustaba la popularidad. Lonnie Mack tiró su carrera por la borda a mediados de los 70 y se largó a su casa en Indiana, harto de los chanchullos de la industria. Prefería trabajar de músico de estudio y no meterse en problemas.


Uno de sus admiradores, el gran Stevie Ray Vaughan, decidió sacarlo de su granja una década después y coproducirle nuevos discos, resucitar aquellos solos que hicieron Historia y le abrieron un camino que seguirían también Hendrix o Clapton.

Una nueva etapa que el propio Lonnie cerró en 1990 con el ataque de su asesina de seis cuerdas. Seguiría actuando aún algunos años, pero decidió que esa sería su última grabación. Seguramente fue después de escucharlo… todo lo que había aprendido estaba ahí. Todos sus trucos, todos sus efectos y sus punteos favoritos. Era su legado y su leyenda. Jamás lo superaría.