La crónica (y el sonido) de una ciudad

Por Sergio Ariza

Tarde o temprano Lou Reed tenía que sacar un disco que se llamase New York, y es que Reed es a la Gran Manzana lo que Brian Wilson a Los Ángeles, el hombre que le ha dado su sonido, pero también el mejor cronista posible de sus malas calles. De los New York Dolls a los Strokes, pasando por los Ramones o Patti Smith, todas las bandas y artistas que han surgido de allí han estado influidos por Reed y su banda, la Velvet Underground. Así que, como no podía ser de otra forma, New York es la quintaesencia de su autor, un disco desnudo, roquero, lleno de poesía maldita que bien podría parecer profética y en el que se cumple a la perfección aquel mítico lema del autor de Sweet Jane: "No se puede superar el sonido de dos guitarras, batería y bajo".  

  

Para el momento en el que se comenzó a grabar este disco Reed atravesaba uno de los mayores baches de su carrera, Mistrial no había tenido una buena recepción crítica y sus ventas seguían en picado, como consecuencia RCA le dejó ir y Reed acabó firmando con Sire, la discográfica de Seymour Stein. Pero el líder de la Velvet estaba recobrando la inspiración ante una época feroz, con muchos amigos perdiendo la vida por el SIDA, los republicanos ganando un tercer mandato consecutivo, haciendo bueno el capitalismo salvaje de la época de Reagan y la sombra del conservador Giuliani cerniéndose sobre su querida ciudad.
    

Si quería reflejar el sonido de las calles de Nueva York a finales de los 80, tenía que volver a recurrir a su sonido preferido, rock & roll descarnado y sucio, dos guitarras, batería y bajo. Para ello se puso manos a la obra y llamó a Fred Maher, batería con el que ya había grabado The Blue Mask y New Sensations, para formar una nueva banda, el hombre que compartiría la guitarra con él sería Mike Rathke, y las Pensa Suhr tipo Strato de Reed y Rathke iban a formar una estupenda sociedad que iba a probarse tan intuitiva como la que formó Reed con Sterling Morrison y que duraría por varios discos más.
    

   

El disco comenzaba por todo lo alto con tres de las mejores canciones de la carrera de Reed, primero aparecía Romeo Had Juliette, no había trampa ni cartón, esto era una banda tocando junta y mirándose a los ojos mientras Reed recitaba la historia de Romeo Rodriguez y Juliette Bell, una traslación de la historia de Shakespeare al Manhattan de finales de los 80 donde "es difícil pasar de todo en estos tiempos" ("It's hard to give a shit these days").
     

Tras ella llegaba la hermosa Halloween Parade, una de las canciones más bellas de su carrera, sobre poco más que unos acordes, coloreados por Rathke, Reed hace un recorrido por el desfile de Halloween del Greenwich Village, en el que no importan tanto los personajes que aparecen (una Greta Garbo, una Joan Crawford, cinco cenicientas y hasta un Cary Grant no muy conseguido) sino los que ya no están allí por culpa del SIDA, cuando al final de la canción dice lo de "See you next year, at the Halloween parade", entre coros doo wop, parece más una despedida que un hasta luego...
    

    

Luego llega el corazón roquero del disco con Dirty Boulevard, Reed comienza exponiendo una sencilla progresión de tres acordes y Rathke se le une con una sencilla línea que lo complementa a la perfección, algo que hará durante el resto de la canción donde Reed vuelve a retratar los bajos fondos de la Gran Manzana. Como guinda el mítico Dion DiMucci, el cantante de Runaround Sue o I Wonder Why, termina añadiendo unos maravillosos coros que completan otra canción excelente.
     

Pero es que, tras este excelso comienzo, el disco es capaz de mantenerse a la altura, con canciones como la salvaje There Is No Time, la delicada Last Great American Whale, la incontestable Strawman, la angularidad Velvet de Dime Store Mystery (con Moe Tucker a la batería) o la profética, y divertida, Sick Of You, a medio camino entre el rockabilly y el country rock en la que Reed visualiza un futuro distópico que se parece bastante a este, con Trump ordenado, la NASA explotando la Luna por error, la capa de ozono quedándose sin ozono y el presidente muerto sin que nadie puede encontrar su cabeza, que llevaba desaparecida durante semanas sin que nadie se hubiera dado cuenta...
    

   

También hay políticos a los que pillan con los pantalones bajados y pagan su salida del lío, presidentes con simpatías nazis, hay negros a los que la policía mata, antisemitismo y personas con orientaciones sexuales distintas a la habitual siendo maltratados. Es evidente que nada ha cambiado, puede que incluso estemos peor de lo que estábamos. No es una derrota porque Reed bien sabe que sus palabras caerán en saco roto, él solo es un cantante de rock señalando los problemas, las soluciones tienen que venir por otro lado. Pero es increíble la lucidez de este poeta de lo maldito que reunió en este disco la mejor colección de canciones de su carrera en solitario, más allá de Transformer y Berlin, aunque este disco lleve su ADN impregnado mucho más que esos discos con los que comparte calificación, obra maestra.
     

Por eso es una maravilla escuchar la reedición que ahora se presenta, con el disco al completo interpretado en directo. Y es que cuando un artista con un legado como Lou Reed comienza un concierto diciendo que va a interpretar en su totalidad su último disco y lo que recibe es una ovación cerrada, entonces es que ese disco es muy, muy bueno.    

 

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