La reivindicación del Asesino
Por Sergio Ariza
Un 5 de abril de 1964, en plena eclosión de la 'beatlemanía', Jerry Lee Lewis, también conocido como ‘el Asesino’, se subía al escenario de un pequeño club alemán, el Star Club, en el que los de Liverpool habían tocado varias veces antes de saltar a la fama, para dejar una cosa clara, puede que no tuviera un éxito desde su escandaloso matrimonio con su prima de 13 años, pero encima de un escenario no tenía rival.
Suena su nombre y Jerry Lee se sube al escenario, toca ligeramente su piano, y de repente aúlla “Mmmmmmhh, I got a woman mean as she can be” y comienza a aporrear su piano como si la vida le fuera en ello, la joven banda británica que lo acompaña suda y sufre para poder aguantarle el ritmo. Lewis comienza a bajar el ritmo y a sentirse a gusto, el público comienza a vitorearle, el Asesino está dispuesto y preparado, su arma favorita, el piano, comienza a disparar notas a toda velocidad, como si Jerry Lee, en vez de con la mano lo estuviera golpeando con un martillo. La masacre acaba de comenzar.
El disco no baja el pistón en ningún momento de sus 37 gloriosos minutos de duración, Jerry Lee suena poseído, como si estuviera expiando todos los pecados cometidos y todas las injusticias de su carrera. Una carrera en la que pasó de heredero de Elvis ha apestado tras el comentado escándalo. Jerry Lee y su gigantesco ego se alimentan de ese injusto olvido y se reivindica ante una nueva audiencia.
Uno puede imaginárselo alimentando ese fuego, como el momento en el que años antes decidió prender su piano en llamas, dejándolo ardiendo en el escenario para luego acercarse a Chuck Berry y decirle: “Supera eso”. Y es que ‘El Asesino’ no permite competencia en el escenario y si ese 5 de abril hubieran tocado los mismísimos Beatles o los Rolling Stones en el Star Club, que nadie tenga duda de que Jerry Lee los hubiera barrido del escenario. Daba igual si estaba tocando antiguos éxitos suyos como High School Confidential, Great Balls Of Fire o Whole Lotta Shakin’ Goin’ On, la canción con la que termina el disco, o haciendo versiones del What I’d Say de Ray Charles o el Long Tall Sally de Little Richard, Jerry Lee es un volcán en erupción durante todo el concierto decidido a no tomar prisioneros.
Acompañándole aparecen Barry Jenkins a la batería, Pete Shannon Harris al bajo y Johnny Allen a la guitarra, posiblemente con su flamante Gibson Barney Kessel de 1961, miembros de los Nashville Teens, un grupo inglés que, ironías del destino, iba a tener un gran éxito ese mismo año con su versión de Tobacco Road. Probablemente Jerry Lee frunciría el ceño al enterarse y lo utilizaría como munición para auto motivarse para el siguiente concierto.
Aquí esa furia, esa ira y ese gigantesco ego le sirvieron para entregar uno de los dos o tres mejores discos en directo de la historia, un chute de rock & roll imparable, derrochando una salvaje energía a la que muy pocos, antes o después, se han logrado acercar.