Una leyenda con mal humor
por Vicente Mateu
No hace falta peinar melenas –el que pueda- ni
llevar una muñequera con remaches para incluir Smoke on the Water en la banda sonora de gran parte del
género humano. Como esas canciones que inevitablemente suenan en una fiesta de
Nochevieja. Es la sintonía de la cara ‘heavy’
que todos llevamos detrás de la políticamente correcta, la rebeldía condensada
en el riff de guitarra más conocido y repetido de todos los tiempos.
Curiosamente, su creador es el paradigma del ser antisocial, un genio
antipático, paranoico y caprichoso sin el que el rock no sería el mismo. Ritchie Blackmore es, sin duda, una de
las leyendas de la guitarra.
En 2021, con setenta y seis años, el mito deja un
tanto que desear cuando uno entra en su página web, blackmoresnight.com, el proyecto musical con su amada Candice, la que le reconvirtió al folk
rock y a decir cosas como que lo suyo era “como
si Mike Oldfield conociera a Enya”. Premonitorio es lo mejor que
se puede decir de aquel comentario de 1997 con motivo del lanzamiento de su
primer trabajo juntos con el que el mítico héroe del heavy se transformó en un
trovador renacentista. Para que no quedara ninguna duda de sus intenciones,
hasta Ian Anderson y su flauta
estuvieron invitados al feliz evento.
Richard
Hugh Blackmore vino al mundo con la II Guerra Mundial a
punto de terminar, en un Reino Unido tan victorioso como machacado. Tiempos de
paz que once años después se tradujeron en una guitarra acústica que le regaló
su padre junto con unas cuantas clases de música. A los 13 ya tenía una banda y
a los 14 ya tenía su primera guitarra eléctrica, a punto para comerse los años
60. De esa época le encanta presumir de que lo primero que le enseñaron a tocar
fue una pieza del barroco, una anécdota de su obsesión por demostrar el fondo
‘clásico’ de su formación musical. Décadas más tarde le daría por aprender a
tocar el cello.
Blackmore siempre ha actuado como si tuviera que demostrar algo, sobre todo su
ego del tamaño de un dinosaurio que sólo soportaban Ian Paice y Jon Lord.
Que se lo digan a Ian Gillan o a Roger Glover, o a todas las bandas que
ha despedido de la noche a la mañana durante su carrera en solitario. Sólo el
trasiego de personal en la (doble) época de Rainbow ya es para hacérselo mirar.
Tras los comienzos con The Outlaws, su relación con la guitarra hay que dividirla realmente
entre Deep Purple, Rainbow y Blackmore’s Night, con las dos
primeras etapas entrelazadas con las idas y venidas de nuestro voluble
protagonista. En ellas fue la electricidad quien tomó el mando con el rock
duro como enseña, heavy metal con pretensiones, eso
sí, tanto por su parte como por la de personajes clave en su vida artística
como Jon Lord. Con él le era fácil
compartir su vena ‘clásica’, rodearse de filarmónicas y dejar epatado al
personal. Además, sabía componer, lo que se le daba francamente mal según
propia confesión.
En su instrumento, la fama de Blackmore se debe más a su carácter
pionero, a ser de los primeros en recurrir al shredder, que a su técnica con las seis cuerdas, situado en la
mitad de la tabla de los 100 mejores guitarristas de todos los tiempos según
los lectores de una conocida revista. Un puesto quizá injusto porque aunque su
estilo –enchufado, por supuesto- se agarra a la energía y a la velocidad, pocos
los hay tan ‘limpios’ en medio de la tormenta. En sus solos nunca se pierde una
sola nota, una característica que se hace aún más patente ahora que ha cambiado
las Stratocaster por un laud.
La etapa púrpura
fue, como la de casi todos los grupos de su quinta una montaña rusa en la que
las drogas cumplieron un papel primordial. La era de los grandes himnos y los
alardes de virtuosismo –cuando se tenían en pie- se fue al traste junto con las
relaciones personales imposibles entre tanto genio obligado a convivir en
largas giras a lomos de un éxito fulgurante que muchos fueron incapaces de
asimilar. Ahí está el panteón de glorias del rock para atestiguarlo.
Deep
Purple sobrevivió a trompicones. Arrancó a finales de
los sesenta como una banda de rock progresivo que admiraba a King Crimson y, bajo la égida de Lord, se atragantaba con largas
improvisaciones en las que Blackmore
asegura que lo que más le gustaba era “hacer mucho ruido”. Pero fue apenas un
lapsus de dos o tres años hasta que se les encendió la bombilla con In
Rock y empezaron a surgir los grandes temas que les colocaron en la
Historia, Child in Time… En 1971 llegaría Machine Head, sin duda
uno de los discos fundamentales del siglo XX.
En pleno éxito, tras grabar entre otros el
mítico Made in Japan y certificar la globalización del rock al margen de culturas y razas,
tuvo lugar lo que Jon Lord definió
como una de las mayores “vergüenzas” del género desde sus comienzos: la marcha,
más bien huida, de Ian Gillan y Roger Glover hartos del ególatra de Blackmore. Llegarían otros miembros no
menos brillantes –David Coverdale, Glenn
Hughes- pero ya no sería lo mismo y el propio guitarrista los dejó colgados
poco después porque según decía no le gustaba la deriva funk de la banda. Esta no pudo superar su ausencia y se vio
forzada a tomarse vacaciones durante casi una década hasta que en 1984 le
convencieron –mejor no saber cómo ni por cuánto (250.000 dólares cuentan)- para
volver al redil.
En 1975, el hijo pródigo decidió ser su propio
jefe y montar su propia banda, un reino que al principio compartió con el
llorado Ronnie James Dio hasta que
también lo decapitó cuando se cansó de sus letras góticas y de que le comiera
el protagonismo. Por entonces las superbandas dominaban la tierra desde los
grandes estadios y el dúo consiguió poner a Rainbow en los puestos de cabeza, especialmente en Europa. Por allí
pasaron gigantes como el batería Cozy
Powell o el teclista Don Ayrey.
¡Incluso Roger Glover! Toda una
escuela de músicos con los que Blackmore
consiguió momentos gloriosos como Difficult to Cure, considerado el
mejor disco del grupo además el punto de inflexión y la decadencia en el Adult
Oriented Rock, el temido AOR
que enterraba el rock duro.
Tampoco es fácil mantener un estilo cuando a
mitad de camino el líder se marca otra espantada, esta de regreso a su casa
madre de Deep Purple. La reunión
vendida a bombo y platillo se plasmó en un nuevo disco de platino, Perfect
Strangers, cuyo título describía perfectamente el ambiente que se vivía
en el grupo. Apenas cuatro años después, Blackmore
–conseguía echar de nuevo a Ian Gillan
y comenzaba la agonía. Poco después se forzó el regreso del cantante y la cosa
acabó como era de esperar: buscando un nuevo guitarrista. Como no hay mal que
por bien no venga, primero fue nada menos que Joe Satriani quien se encargó desde el primer acorde de que su
ausencia pasara inadvertida y ya en la actualidad en manos de otro monstruo
como Steve Morse. Ellos al menos no
renegaban de Smoke on the Water…
En 1997, Rainbow
resurgía con nuevos y antiguos miembros para un corto periplo de apenas tres años,
los suficientes para revivir algunos éxitos y que Blackmore terminara de convencerse que lo suyo era la música del
Renacimiento y el medievo. Así, con un par y de la mano de su novia Candice Night, una especie de elfa,
guardó la guitarra eléctrica y se desenchufó.
Tras rememorar esta parte de su discografía,
la conclusión es que a Blackmore en
realidad le hubiese gustado ser el guitarrista de Jethro Tull, y no sólo se debe a la presencia de Ian Anderson en su primer disco con Night. A partir de aquí, hay que
cambiar el registro, olvidarse del Highway Star y relajarse con una
música que sólo busca la belleza y recrearse con melodías simples y suaves en
las que sólo faltan unos cuantos pajarillos haciendo los coros. Folk un tanto inocente con una
maravillosa guitarra acústica y una voz femenina aceptable sin más que no
siempre es capaz de estar al mismo nivel.
Sus fans rockeros le comprenden pero no se lo
perdonan. Probablemente, a Blackmore
el dinero le importaba ya tan poco como para meterse en una aventura en la que
sabía que tarde o temprano su público de siempre le abandonaría. Parece, no
obstante, que tiene otro nuevo. En él no es de extrañar. De todas formas, en su
carrera siempre ha hecho lo que quería sin importarle las consecuencias. A
cambio, eso es verdad, nos ha proporcionado un buen puñado de canciones inolvidables
que, le guste o no, seguirán sonando durante mucho más tiempo que las de hoy.