La Catedral del riff
Por Miguel Ángel Ariza
Pongámonos en situación un momento. Corría el
año 1970, todo era color y alegría hippie, todos querían ir a San Francisco con
una flor en la cabeza, los recién creados festivales pregonaban el amor y la
paz mundial al son de los alucinógenos y la psicodelia...y de repente aparecen
cuatro tipos de Birmingham con la idea de poner fin al verano del amor para
siempre. Y no lo hicieron de una manera suave; para acabar con él crearon la
música más dura y pesada que se había tocado hasta la fecha. Los pétalos de las
flores se marchitaban a golpe de riff de guitarra, de oscuridad en su música,
en su imagen y en su mente. Sus canciones hablaban de alucinaciones, del
demonio, de los 'cerdos' de la guerra de Vietnam, de destrucción masiva y del
apocalipsis nuclear. Querían dar miedo. Y lo consiguieron.
En este contexto aparece como un puñetazo en
la cara este disco llamado Paranoid,
el segundo en la carrera de Black Sabbath, editado tan solo unos meses
después de su álbum debut, sublime también, pero que no tiene la absoluta
aureola de obra cumbre y definitiva de un estilo que sí tiene, y bien merecida,
esta segunda entrega.
Ya hemos comentado varias veces por aquí que
hay ciertos álbumes que tras su aparición parecen convertirse en un libro de
instrucciones a seguir por las otras bandas coetáneas. Sin duda alguna este
disco consiguió este efecto ya que muchos hoy en día lo consideran como el 'big
bang' del Heavy Metal y fue (y sigue siendo) copiado hasta la saciedad.
Personalmente no me gusta etiquetar a nada ni a nadie dentro un estilo u otro
pero lo que sí podemos afirmar es que si el rock se estaba endureciendo, los
Sabbath lo convirtieron en auténtico acero gracias principalmente a la
increíble facilidad para hacer riffs inolvidables del señor Tony Iommi,
una auténtica máquina expendedora de frases de guitarra que te pueden taladrar
el cerebro a primera escucha. Uno de los signos distintivos de esta banda es
que en cada una de sus canciones conviven juntos muchos riffs que otras bandas
usarían como motivo principal en su siguiente single. Así mientras lo común era
tirar de un único riff los Black Sabbath unían tres, cuatro o los riffs que hicieran
falta en una única canción y el peso que coge cada tema gracias a eso es
increíble.
Un buen ejemplo de esto que hablamos es War Pigs, la canción que abre el álbum y
que originalmente iba a darle título. No fue así debido a la aparición in
extremis del que sería su tema insignia para el resto de la eternidad. Cuentan
que Ozzy y compañía solían picar a Iommi (que por entonces usaba una Gibson
SG Special de 1965 y amplificadores de la marca Laney) para que no
dejase de componer nuevos riffs diciéndole que no podría superar al anterior...
Pues bien, cuando el disco entero estaba hecho de repente se dieron cuenta de
que andaban un poco escasos de canciones para el álbum y le animaron a que
probase a ver si se le ocurría algo...no hace falta decir que parece que sí se
le ocurrió una cosa; concretamente el riff de Paranoid, uno de los inicios de tema más famosos de la historia y
la canción que cambiaría el rumbo de la banda para siempre y la elevaría a lo
más alto. A nadie le importó demasiado la similitud de ese riff con el de Comunication Breakdown de sus admirados Led Zeppelin.
El disco llegó al top 10 tanto en Reino Unido como en Estados Unidos y a día de
hoy sigue siendo su trabajo más vendido. No está mal para una canción que toda
la banda coincide en que compusieron en cuestión de pocos minutos.
Continúa el disco con Planet Caravan tema que estuvo a punto de ser descartado porque era
una canción muy relajada y lo más cercano que tenían los chicos a la psicodelia
tan de moda por aquellos meses pero nos alegramos de que la mantuvieran primero
porque es una magnífica canción con una preciosa línea de bajo con lo que
probablemente sea un Fender Precision del 69 que se repite como un mantra
a cargo de Geezer Butler (autor por cierto de las letras de siete de las
ocho canciones del álbum así que se podría decir que es el responsable
intelectual de la banda), segundo porque podemos escuchar a Iommi coquetear con
el jazz y tercero porque crea la calma perfecta justo antes de que se desate la
tormenta: Iron Man, el mejor tema del
disco, y el resumen de todo lo bueno que hacen estos tipos en seis minutos de
puro gozo.
Continúa el disco con Electric Funeral y Hand of
Doom, quizá los ejemplos más radicales de que si tienes unos buenos riffs
debes usarlos aunque no creas que peguen uno demasiado con el otro, en el caso
de Hand of Doom es bastante radical
el cambio pero no nos importa porque a estas alturas del disco ya estamos
enganchados a la voz de ultratumba de ese tipo de apenas veinte años llamado
Ozzy Osbourne y que sin ser el mejor cantante del mundo consigue que los focos,
y más lo importante, los oídos por momentos solo se centren en él. No
concebimos estas canciones cantadas por otro tipo que no sea este señor.
Rat Salad llega al disco por la única razón de ser fieles a su directo ya que
solían comenzar en sus directos una jam que desembocaba en un solo del
gigantesco Bill Ward de hasta 45 minutos en algunas ocasiones. Y
finalmente el disco acaba con otro clásico de la banda, Fairies Wear Boots, y única canción del álbum cuya letra lleva la
firma de Ozzy Osbourne.
La obra termina como empieza, con una
magistral unión de riffs cada uno mejor que el anterior, una banda en estado de
gracia endureciendo la música rock para siempre y un cantante que sabe que
escribió la letra no porque se acuerde sino porque “porque todo el mundo le dice que fue él quien la escribió”. No
tiene ningún recuerdo de haberlo hecho ni mucho menos de lo que trata pero nos
da exactamente igual. Lo importante es que lo hizo, 'purito' rock and roll; lo
demás es literatura barata; él, junto con los otros tres genios de la banda,
nos dieron una lección magistral de como cabrear definitivamente la música tras
demasiados años comiendo flores de San Francisco.