La guitarra que se escondió detrás de un lienzo
Por Vicente Mateu
Un alumno de Jeff Beck que nació para ser un
Rolling Stone
Uno está tentado de caer en la compasión y
apiadarse de Ron Wood, escribir eso de que es otro de esos grandes guitarristas
a los que los ránkings y las
enciclopedias relegan injustamente al pelotón de los maestros de las seis
cuerdas. Pero no, Ronald David Ronnie
Wood (Hillingdon, Middlesex, Inglaterra, 1 de junio de 1947) es un rolling
stone y con eso basta para cualquiera. Eres leyenda por derecho propio.
Y uno no entra en la banda de Jagger y
Richards sólo por ser un magnífico compañero de juerga -algo así como el avatar
de Keith-, Ron, o Ronnie, Wood, cada biógrafo lo escribe de una manera, es uno
de los grandes guitarristas de la Historia, así, con mayúscula. Mick Taylor
era/es técnicamente mejor, algo que no discute ni Eric Clapton ni nadie, pero
no pegaba ni con cola en aquella revolución. Su sucesor no sólo llevaba blues y
pantanos de whiskey en las venas: había nacido para ser un rolling stone.
Y era y es también un maestro de las seis
cuerdas. Quizá la diferencia estuviera en una de esas barcazas de gitanos con
las que recorría de niño el Támesis junto a su familia. Allí creció entre mil
músicas y una guitarra española que seguramente le permitía colarse en las
fiestas de sus hermanos mayores. Demasiado novelesco para ser del todo verdad,
como suele ocurrir con las biografías de las súper estrellas. Lo que sí parece
contrastado es que se compró su primera eléctrica a los 14 años y le costó 60$
de la época.
Cuando por fin tocó puerto con los años
sesenta y pisó tierra firme -es un decir-, la música se convirtió en su forma
de ganarse la vida. Sus primeros escarceos con sus primeros grupos en el auge
de los mod le situaron, con 20 años recién cumplidos, en la banda perfecta para
convertirse en un músico de verdad. Jeff Beck le fichó como bajista y Rod
Stewart como compañero inseparable… La mejor escuela en el momento perfecto.
‘Hey Negrita’
Y Keith Richards ya rondaba por allí. Cuando se
fue Taylor en 1974, Wood era uno de los candidatos más sólidos en las
audiciones para sustituirle. Faces era un éxito que le había puesto en el mapa,
Rory Gallagher rechazó el honor y Peter Frampton era demasiado guapo para
Jagger… De nuevo estaba en el sitio adecuado en el momento adecuado.
Convertirse en miembro de los Rolling Stones
no fue, sin embargo, fácil. Los glimmer twins se dieron su tiempo, primero retrasando
el lanzamiento de su nuevo disco hasta 1976 y, después, haciéndole compartir el
puesto con otros dos aspirantes -Harvey Mandel y Wayne Perkins-. En Black &
Blue, Wood sólo interviene con su guitarra en la mitad de los temas aunque, eso
sí, le atribuyen la “inspiración” de uno de ellos, Hey Negrita. Unos años antes
ya había colaborado con una acústica de 12 cuerdas en el mítico It’s Only Rock…
Jagger & Richards acertaron de pleno. El
estilo cortante y los punteos afilados que salían de su primeras signatures
Duesenberg y Zemaitis se alternaban con las Fender cincuentonas -Telecaster más
que Strat- encajaban como un guante en el rock sucio que les gustaba a sus jefes.
Mientras estos se pensaban si echaba o no a
rodar, Wood aprovechó 1974 para grabar su primer disco en solitario y firmar
unas cuantas canciones. I’ve Got My Own Album To Do fue en realidad otro ensayo
de Jagger y Richards, autores de unos cuantos temas, antes de darle su
bendición. En los créditos también aparece junto a George Harrison, lo que no
evita que aquel debut sea perfectamente prescindible.
Entre cuerdas y pinceles
Como parece insinuar su título, da la
sensación de que el propio Wood no estaba muy entusiasmado con el proyecto. Es
un gran guitarra solista, pero componer no es su fuerte ni es un frontman como
Rod y Mick. A él le gusta tocar y, como en sus cuadros -su verdadera pasión-,
ocultarse tras el lienzo. Que las cuerdas y los pinceles se encarguen del
resto.
Esa actitud y toneladas de dinero son las que
realmente le han relegado al pelotón de guitarristas famosos. Porque para él,
sus Gibson, sus Fender, sus ESP son su herramienta de trabajo en el sentido
estricto del término.
La evolución de Ron como guitarrista no es la
típica en un ‘solista’ como es en la actualidad. Con Beck empezó realmente como
segundo guitarrista, hasta que le pidió que se pasara al bajo. Un descenso en
el escalafón para muchos, salvo para él, que lo asumió como parte de su
aprendizaje.
La guitarra, sin embargo, seguía en su cabeza
y el Fender de cuatro cuerdas dio paso a un Danelectro de seis. Cuando se
fue/lo echaron de la banda, se colgó de nuevo de inmediato la Gibson SG que se
había visto obligado a guardar en la funda.
Como marca la tradición del buen guitarrista,
Wood cambió de guitarra, marca y modelo a medida que se las robaban o se las
‘perdía’ alguna novia cabreada -más leña para la leyenda-. Eran, no obstante,
buenos tiempos y un buen día decidió que era hora de tener una guitarra con su
nombre y llamó a Tony Zemaitis. No obstante, en sus entrevistas parece que su
favorita era una Strat que, asegura, le regaló Clapton en persona.
La guitarra de Ron Wood no es un fin sino sólo
un medio con el que satisfacer lo que verdaderamente le importa: las mujeres y
la pintura, y no siempre por este orden y con el permiso del vodka más caro que
tenga a mano. Ha escrito alguna cosa y también tiene su propia línea de ropa,
etcétera, etcétera. Al fin y al cabo, Richards se dedica a escribir cuentos
infantiles entre cocotero y cocotero.
Sin trucos
Por cierto, Wood también es, cumplidos los 70,
el más joven de la banda y, como demuestra en el último disco de los Rolling,
no se le ha olvidado el blues ni le ha importado que otros -o sea, Clapton- le
roben protagonismo porque, al fin y al cabo, él es quien hace casi todo el
trabajo. Basta con ver los vídeos y, de paso, intentar adivinar que se lleva
entre manos en cada tema. Se supone que lo grabaron ‘a pelo’, sin overdubs ni
trucos. En el caso de Ronnie, lo habitual, siempre ha intentado usar los menos
efectos posibles. Lo suyo es el bottleneck.
Blue & Lonesome tiene toda la pinta de
cerrar el círculo pese a que Jagger & Richards se resisten a decir la
última palabra.
En total será casi medio siglo durante el que Wood
ha acumulado una docena larga de discos en solitario o con viejos amigos como,
por supuesto, Rod Stewart encabezando una larguísima lista. Los New Barbarians
fue otro intento de relanzar su propia carrera en una década, de mediados de
los 80 a mediados de los 90, en la que tuvo mucho tiempo libre mientras Mick y
Keith se peleaban por vaya usted a saber qué.
Sin duda, tenía el mejor trabajo del mundo. Y
lo sigue teniendo. Ronnie se lo ha currado y, como me recuerda el entusiasta y
sufrido creador de GuitarsExchange.com, mi gran amigo Max D’Angelo, siempre se
ha portado como “profesional y caballero”, sin él quizá los Rolling ya no
existirían tras años tapando los huecos de un Keith que no conseguía acertar
dos acordes seguidos.
Con tanto tiempo libre y consciente de que a
estas alturas ya es teóricamente imposible que los Rolling superen su propia
Historia -y esperemos que no se empeñen en estropearla como los AC/DC-, su
opción ha sido disfrutar de la vida y hacer millonarias a unas cuantas clínicas
de desintoxicación además de a sus novias. Oficialmente, a día de hoy, está
‘limpio’, pero con Ron Wood es un estado meramente coyuntural que en cualquier
momento puede dejar de serlo.
Esperemos que no porque su guitarra se ha
convertido en un artículo de lujo. Ron Wood parece en 2017 un jubilado feliz -y
multimillonario- que ahora toca simplemente porque le da la gana, porque le
apetece, porque disfruta con ello… y porque fue lo que le enseñó Chuck Berry:
It’s Only Rock’n’Roll.