El cantautor eléctrico

Por Mario Benito

Cuando lo conocí, ya estaba muerto. Cuando lo escuché, cuando escuché su música por primera vez, quiero decir. Su voz prodigiosa. Su guitarra.  

Y es que ésta es otra de las historias dramáticas del rock, una más de juventud genial inmortalizada por la muerte. Es la historia, también, de una Telecaster que por haber sido prestada a un amigo acabó vendiéndose por 50.000 dólares cuando el amigo, ya muerto, se convirtió en leyenda. Es la historia de una de las versiones más portentosas que de una canción se haya podido hacer nunca, Hallelujah. Es la historia de Jeff Buckley.
 

Fue Ramón Trecet quien me lo dio a conocer en su mítico programa de radio Diálogos 3 —tan fecundo y longevo programa en la sintonía de Radio 3, único, y de tan triste final—. Una tarde camino del periódico le oí contar cómo había conocido él a Jeff Buckley. Cómo había tenido la suerte de hacer caso a quien le había recomendado que fuese a ver tocar a un chaval al Sin-é, una sala de vanguardia que estaba en el East Village de Nueva York. El local era algo así como un pasillo alargado con mesas diminutas y, al final, un pequeño escenario en el que cantaba un joven acompañándose de una guitarra eléctrica. Una Telecaster. Una especie de cantautor o juglar eléctrico.



El sonido no era el mejor del mundo, como puede comprobarse en el primer disco que Jeff Buckley sacó al mercado: Live at Sin-é, un EP con cuatro canciones grabado en directo durante aquellas sesiones en agosto de 1993, pero la voz... "Nunca en mi vida había oído nada así", relataba todavía emocionado Trecet pese a los años transcurridos. Entonces pinchó la versión del Hallelujah de Leonard Cohen grabada por Jeff Buckley y fui yo quien, emocionado, repetí solo en mi coche sin que nadie pudiera escucharme: "Nunca en mi vida he oído algo así".
 

Para los que crean en la predestinación, Jeff Buckley les puede resultar una asombrosa confirmación a sus creencias; porque su padre, Tim Buckley, murió en 1975 con tan sólo 28 años tras haber triunfado en la música a finales de los años 60 y principios de los 70. Iguales en el aspecto físico, con la misma voz. Casi la misma voz, porque la del hijo era incluso mejor. Como si fuera una reencarnación, a pesar de que el padre nunca quiso saber nada del hijo y a que apenas se vieron dos veces antes de que falleciera cuando Jeff tenía sólo nueve años.
 

Fue precisamente en un homenaje a su padre, celebrado en Nueva York en 1991, cuando se dio a conocer entre la gente del mundo musical. Le oyeron cantar. Y fue también allí donde conoció a la organizadora de aquel evento, Janine Nichols, que fue quien le prestó poco después su guitarra Fender Telecaster para sus conciertos en el Sin-é. Y es que la guitarra de Jeff Buckley, su guitarra, no era suya.
 

Jeff Buckley nació en Orange, California, en noviembre de 1966. No tuvo hermanos y se crió con su madre y su padrastro Ron Moorhead, quienes por su catorce cumpleaños le regalaron su primera guitarra. Una Gibson Les Paul Custom negra de 1976. A los 18 años se marchó a estudiar música a Los Angeles durante dos años en el Musician's Institute , o a "perder el tiempo", como él mismo confesó. Formó parte de algunas bandas y en 1990 Nueva York fue su siguiente destino. Donde encontró su siguiente guitarra.

 

Tal vez porque no tuviese allí la Les Paul, o porque buscara un sonido distinto, pidió prestada la Telecaster a su amiga Janine y ya no quiso separarse de aquella guitarra. Tenía ambas pastillas modificadas, la del puente probablemente la cambió el propio Buckley por una Seymor Duncan Hot Lead Stack antes de las sesiones de grabación de su único disco de estudio, Grace. Cuando Jeff Buckley falleció ahogado en las aguas del río Wolf —un canal del Misisipi— en Memphis, el 29 de mayo de 1997, sí 30 años de vida, devolvieron la Telecaster a Janine. Años después, una tienda de guitarras de segunda mano del barrio de Chelsea en Nueva York, ha conseguido venderla por la friolera de 50.000 dólares a un comprador desconocido.
 

Recientemente, Briant W. Jackson se ha presentado en un foro de internet como asistente de sonido en la grabación del álbum en donde afirma que temas como Hallelujah no se grabaron con la famosa Telecaster sino con una Gibson con semi-caja de resonancia, una ES-175. Aunque ciertamente se ve a Jeff Buckley juguetear con una Gibson así en las grabaciones de los preliminares de un concierto, hay infinidad de vídeos, incluido el oficial, de la grabación del mítico Hallelujah con la Telecaster. Tampoco el sonido parece dar la razón a Jackson, aunque también es probable que se hicieran distintas tomas con ambos instrumentos. Completaban su colección de eléctricas una Rickenbacker 360 de 12 cuerdas, que utilizaba en temas como Last Goodbye.
 



Sus guitarras acústicas eran una Guild F-150 de 1967 y una Gibson L-1 que posiblemente adquirió en 1994 para regalársela a Janine a cambio de la Telecaster que tanto amaba, pero como resulta que tampoco quiso desprenderse de esta acústica, finalmente decidió encargar otra guitarra eléctrica personalizada para devolver la Telecaster, algo que no le dio tiempo a llevar a cabo.  

Grace,
su primer y único álbum de estudio, se grabó en entre finales de 1993 y comienzos de 1994 en Woodstock, Nueva York, y fue editado en agosto de ese año 94. No tuvo un éxito de ventas inmediato, aunque sí de crítica, pero con el tiempo y tras la muerte de Buckley en 1997 el disco ha seguido vendiéndose y reeditándose —con ediciones especiales como el Legacy Edition del año 2004 que incluía tres temas nuevos— hasta alcanzar una cifra acumulada de más de dos millones vendidos. Cifras aparte, Grace es una obra maestra indiscutible que no sólo está ya en la historia del rock sino que parece agrandarse según pasan los años.
 



Está formado por diez temas, siete de ellos compuestos por Jeff Buckley (los mejores junto al guitarrista de su banda Gary Lucas, como el tema que da nombre al disco, Grace, con esos fabulosos ritmos de guitarra y algo parecido a un solo de acordes, o esa otra maravilla que abre el disco transportándote literalmente a un mundo distinto de ambientes sonoros llamada Mojo Pin) y tres versiones: el mencionado Hallelujah de Leonard Cohen, el clásico de 1950 Lilac Wine de James Shelton y ¡una canción de navidad! del compositor británico de música clásica Benjamin Britten titulada Corpus Christi Carol.
 

Cuentan las malas lenguas que el mismo Leonard Cohen declaró tras oír esta impresionante versión de su Hallelujah que jamás volvería a cantarla, promesa que evidentemente incumplió —si es que realmente la hizo—. Aunque es para haberla hecho, porque esta versión —si no la han escuchado aún, si tienen la suerte de no conocerla todavía, ¡escúchenla! ¡Ahora!— es una creación en sí misma que trasciende el original, un original que además es una canción muy versionada. Es tan grande la de Buckley que ¡existen versiones de su versión!
 



Es en esta canción más que en ninguna otra donde su voz se funde con los arpegios in crescendo que salen de sus dedos acariciando las cuerdas de la Telecaster que suben de volumen y tonalidad mientras sus pulmones emiten esa nota de una duración imposible, tanto que parece que nunca va a terminar cantándole a Dios como hizo el rey David tocando un acorde secreto, ese acorde arpegiado que ahora toca Jeff Buckley, la cuarta, la quinta, la menor desciende, se eleva la mayor, no es un lamento lo que escuchas en la noche, no es alguien que ha visto la luz, es un frío y roto Aleluya, Aleluya, y durante todo este párrafo ha seguido sonando esa nota interminable en la tercera sílaba de Aleluya...  

La noche del 29 de mayo de 1997, Jeff Buckley se metió en las aguas del rio Wolf, un canal del río Misisipi. Estaba en la ciudad de Memphis a la que había viajado aquel día para seguir con la accidentada grabación de su segundo disco, Sketches for My Sweetheart the Drunk. Como los miembros de su banda no habían llegado a la ciudad, tuvo la idea de irse con su amigo Keith Foti a tocar la guitarra junto al río. A pesar de los carteles que prohibían y advertían de lo peligroso que era bañarse allí, Jeff se metió en las aguas, ¿en un acto de imprudencia?, vestido, hasta con sus botas, mientras cantaba el Whole Lotta Love de Led Zeppelin. Desapareció en un instante, según el testimonio de Foti. Los periódicos norteamericanos estuvieron publicando la noticia de que un conocido músico había desaparecido en las aguas del Misisipi durante varios días hasta que encontraron finalmente su cadáver en aquellas aguas casi una semana después. Ahí terminó, y empezó, todo.
 


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