La guitarra que sabía a Tequila

por Vicente Mateu

Empecé a disfrutar de los punteos al Sol de Carlos Santana mucho antes de descubrir que su música sabía mejor con un buen trago de Tequila y que la mezcla era profundamente embriagadora. Mis raíces latinas se encargarían del resto. Las europeas, en cambio, no supieron apreciar más adelante el sabor a curry y cardamomo cuando, en compañía de su amigo de meditaciones y jam sessions John McLaughlin, puso miles de kilómetros de distancia entre ‘nosotros’ para bañarse en el Ganges. Pido disculpas por la referencia personal, pero tanta ‘trascendencia’ ahogó -en mi muy discutible opinión, lo admito- su talento y ahogaba mis ansias por escuchar sólo su guitarra, esa guitarra siempre limpia y pura que aún sigue viva y cuando empieza a soltar su magia deseas que dure eternamente. Como su leyenda.  

Salió de Michoacán con un violín como el de su padre, miembro de una banda de mariachi, y aterrizó en Tijuana con una guitarra que quería sonar como las de B.B. King, T-Bone Walker y John Lee Hooker. Eran los años de aprendizaje aunque su papel en las bandas locales con las que se fogueó fue el de bajista. Una escuela que le sería muy útil cuando con apenas 15 años (nació en 1947 en Autlán de Navarro, Jalisco) Carlos Augusto Santana Barragán desembarcó en la bahía de San Francisco, un hervidero creativo en el que se terminó de forjar el Carlos Santana que conocemos.
 

A principios de los años 60, estaba en el sitio adecuado en el momento adecuado. La suerte de los genios que le llevaría en volandas hasta el escenario de Woodstock antes de acabar la década. Sería allí donde se colgaría la famosa Gibson SG roja que se exhibe en un conocido local marbellí. Como bien saben sus innumerables discípulos, la sustituyó por una Yamaha SG 2000 hasta que dispuso de una guitarra verdaderamente ‘suya’ o, mejor dicho, de una ‘serie’ bajo la marca de Paul Reed Smith con los modelos Santana SE, etcétera. Para más información y morderse las uñas, lo suyo es visitar The Gear en
www.santana.com.
 



Fueron los años de desarrollo creativo y técnico a medida que se completaba su tránsito espiritual en las filas del gurú para rockeros, Sri Chinmoy. Mientras Devadip -su nuevo nombre- crecía, Carlos dio comienzo a una discografía casi imposible de seguir, plagada de colaboraciones, la mayoría con sus grandes mitos personales como Wayne Shorter, Herbie Hancock o el mismísimo John Lee Hooker, que se mezclan con los discos que grabó, a uno por año, entre 1969 y 1982.
 

Su debut discográfico, según cuentan las biografías de nuestro legendario guitarrista, fue en el revolucionario 1968 con su aparición en The Live Adventures of Mike Bloomfield -su máxima influencia según propia confesión, plasmada en una biografía escrita por él mismo- y Al Kooper, un increíble concierto que tuvo lugar cuando Santana se convertía en el nombre de una banda que acababa de echar a andar oficialmente nada menos que con el sello Columbia. Además de Carlos y Neal Schon en la guitarras, la formaban Gregg Rolie a los teclados y la voz; Michael Shrieve a la batería; David Brown al bajo, y José ‘Chepito’ Areas y Michael Carabello a la percusión, hoy, por cierto, de nuevo a su lado.
 

La década prodigiosa de Carlos Santana ya consagrado como un gran instrumentista se refleja en sus primeros discos con los grandes éxitos que le han acompañado y le acompañarán toda su vida, canciones como Black Magic Woman, Soul Sacrifice, Oye como va, Samba pa ti… que forman parte del ‘acervo’ popular. Nadie como el mexicano-estadounidense ha conseguido fusionar el rock con la ‘salsa’ de tabasco y cubrir con la mezcla todo el planeta, un viaje en el que su guitarra ha sido la absoluta y casi única protagonista.
 



Esos trece años marcan también la evolución de Santana desde su lado más rockero al del jazz, free, fusion o como se quiera denominarlo, un camino en el que se encontró a su amigo McLaughlin, pero también a muchos otros, por ejemplo a Jeff Beck y Steve Lukather de Toto, con los que grabó en 1987 otro de sus memorables discos [bootleg] de colaboraciones, auténtica delicatessen para los aprendices de brujo de las seis cuerdas con tres estilos muy diferentes de hacerlas ‘hablar’.
 

La carrera de Santana se vuelve a partir de ese momento irregular, con discos en directo magistrales y mediocres en estudio salvo alguna notable excepción como el Supernatural de 1999, al menos desde el punto de vista de la composición, estrangulada por un estilo que llevaba ya demasiado tiempo dando vueltas sobre sí mismo. Era el momento de las versiones y, sobre todo, de las colaboraciones, que alcanzarían su punto culminante en 2002 con Shaman, plagado de estrellas del momento como Chad Kroeger de Nickelback, POD o Seal.
 

La estrategia le sirvió para popularizar aún más su inconfundible guitarra y afianzar su leyenda, un lujo que ninguno de sus invitados quería rechazar. Si el ‘maestro’ estaba inspirado y construía uno de sus ‘calientes’ solos, el éxito estaba garantizado.  



Quizá demasiado. Sus ‘amigos’ le pusieron de nuevo en el mapa, reanimando un talento nunca perdido y con mucho camino aún por recorrer. En 2014, Corazón nos devolvía al mejor Santana incluso con el rey de las pistas de baile, Pitbull, al que cruzó consigo mismo y con Tito Puente para hacer una versión ‘actualizada’ del Oye como va. Juanes, Gloria Estefan, hasta Niña Pastori y Los Fabulosos Cadillacs, lo mejor de cada casa para comerse el mercado latino con música ‘sabrosona’ a más no poder. Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él, reza una de las leyes de la estrategia.
 

El ‘revival’ de Santana llega en un momento perfecto para el protagonista. En 2016, su leyenda está tan viva que necesita un ‘doble’ para cubrir la demanda de sus conciertos, un espectáculo titulado The Magic of Santana [en febrero recalarán en España] que cuenta con su sello personal tal y como hace Brian May con sus Queen. La guitarra es responsabilidad de Alex Ligertwood, voz y guitarra de su banda entre 1979-1994, lo que es toda una garantía.
 

Al mismo tiempo, Santana -como apuntábamos más arriba- ha decidido reunir a su casi primera banda, la que grabó con él a principios de los 70 sus obras maestras. Sólo faltarán Chepito Áreas y el bajista David Brown, ya fallecido, pero en el estudio están ya metidos de nuevo Neal Schon convertido en otro prodigio de la guitarra y que por entonces tenía sólo 17 años antes de dejarle para formar Journey; Michael Shrieve; Gregg Rolie y Michael Carabello. Su fecha de lanzamiento está prevista para el mes de abril de 2016.
 

Un combo que en sí mismo es ya una leyenda, setentones y seguramente con el azúcar por las nubes, pero vivitos y coleando en ese momento en que lo único que queda es disfrutar mientras el cuerpo aguante, ya no hay nada que demostrar, sólo tocar por el placer de tocar. Y, para nosotros, por el placer de aprender. Es la magia de Carlos Santana.
       


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