Rock a golpes de Rickenbacker

por Vicente Mateu

Un año tan prescindible como 2015 tuvo que dar su último coletazo antes de despedirse definitivamente y llevarse por delante a otra leyenda. A sus 70 años, Lemmy era un milagro andante con muchas papeletas para ocupar prematuramente su sitio en el Olimpo de las estrellas del rock, pero su muerte cogió por sorpresa tanto a sus fans como a unos medios de comunicación que le rindieron homenaje de forma unánime como auténtico patriarca del género. Su imagen recorrió el mundo y con él la de su inseparable bajo, por supuesto un poderoso Rickenbacker que le coloca en un lugar de honor en nuestro Jukebox.



A Ian Fraiser Kilmister (nacido en Staffordshire en 1945) lo mató en las Navidades de 2015 un cáncer fulminante cuatro días después de celebrar, como siempre, la Nochebuena y su cumpleaños, aunque probablemente no en este orden. Se terminaba una vida consagrada a cumplir a rajatabla los tres principios de ‘sexo, drogas y rock’n’roll’, incluidos varios pantanos de alcohol, con una honestidad tan brutal como su música que se ganó el respeto más allá de la fiel audiencia que nunca le falló a sus Motörhead. Por eso su muerte se equiparó en los informativos a la de un B.B. King, y sus excesos se explicaron con la naturalidad de un documental de National Geographic sobre el monstruo de Tasmania. Él era así.


En www.guitarsexchange.com nos interesa la otra vida de Lemmy, la que le convierte en una leyenda para los amantes del bajo considerado como algo más que un acompañamiento rítmico de la batería, a las órdenes de la todopoderosa guitarra. Junto con Phil Lynnot de Thin Lizzy o Steve Harris de Iron Maiden -para no salirnos del rock-, el bigotudo líder de Motörhead ha sido uno de los principales valedores de las cuatro cuerdas. No todo el mundo puede ser como el imperturbable Bill Wyman… por suerte.


Aunque seas de los que opinan que Ace of Spades suena como si hubieran electrocutado a tu perro, el dominio que tenía Lemmy con su instrumento era comparable con los mejores contrabajistas del jazz. La mejor forma de comprobarlo es escuchar en su inmensa discografía las ‘intro’ de cientos de canciones en las que el bajo es al absoluto protagonista. La marca de la casa. Una buena recopilación para los aprendices de brujo.


Por suerte, Lemmy también fue joven alguna vez y ahí encontramos su secreto: ser el chico de los recados de la guitarra de Jimi Hendrix en una de sus giras en Reino Unido, la mejor forma de empezar en el rock’n’roll. Tras recorrer varias y olvidables bandas se enroló con los ingleses de Hawkwind y su rollo ‘espacial’. Estamos en la primera mitad de los 70. Grabó tres o cuatro discos con ellos, sus primeros pinitos como bajista e incluso cantante -Silver Machine, el mayor éxito comercial del grupo-, hasta que acabó en la frontera con una orden de expulsión por posesión de drogas. No pareció disgustarse mucho, por lo visto. Tampoco sus compañeros.




Lo relevante de aquella etapa es descubrir a un músico de los pies a la cabeza que maneja su instrumento con una soltura poco común. Hawkwind fue una escuela perfecta para aprender el oficio, doctorarse cum laude y prepararse para una nueva etapa en la que todo sería muy diferente. Después de tanto tiempo en el ‘espacio’, ahora pondría los pies en la tierra. Motörhead, por cierto, era el título de la última canción que compuso para los ingleses.


El rock embrutecía con el punk pero cuando todo el mundo escondía la cabeza bajo el amplificador, Lemmy subió la apuesta creando Motörhead junto al guitarrista Eddie Clarke y el batería Phil Taylor. Un trío que le daba la vuelta al heavy, que desde ese momento ya sólo se llamaría por su apellido: metal. Con el acelerador pisado al máximo, nadie le discutiría desde entonces el título de señor de las bestias prácticamente hasta su muerte.




La década de los 80 fue suya, Ace of Spades la inauguró con su mayor éxito y No sleep ‘til Hammersmith se convirtió en un grito de guerra de una nueva generación para la que fue más que un profeta. Bomber, Overkill… El homenaje que le regaló Metallica por su 50 cumpleaños le rindió la pleitesía que se merecía por descubrirles una nueva forma de entender el rock que dejaba atrás lo escuchado hasta ese momento. La locomotora a vapor de Black Sabbath se había transformado en un tren de alta velocidad dispuesto a arrollarlo todo a su paso y Lemmy era el maquinista.


Motörhead
no era un símbolo de virtuosos del rock, sino más bien de su lado más salvaje. Sin embargo, se les considera precursores de las dos grandes ramas del heavy que se abrieron en los 80: la New Wave of British Heavy Metal -Judas, Iron Maiden…- y el trash metal. Lemmy y sus amigos aportaron más que otra cosa la actitud, la de reivindicar el orgullo herido del rock duro tras la revolución punk. El martillo pilón volvía a golpear con fuerza.


Tras su muerte, los de San Francisco colgaron un mensaje en la Red para ratificar su devoción por Lemmy en el que admiten que “fue una de las principales razones para que existiera Metallica”. Alice Cooper fue al grano y destacó su papel para “redefinir el rock duro y el papel del bajo en él”.



El último tributo se lo dedicaron sus fieles Phil Campbell, un guitarrista nacido para tocar con él, y Micky Dee, su alter ego a la batería. Al mismo tiempo que anunciaban el fin de la banda, organizaron la retransmisión de su funeral en el canal de YouTube de Motörhead desde el Rainbow Bar & Grill, su verdadero hogar en Los Angeles, donde según cuentan sus amigos celebró su última gran juerga cuatro días antes de su muerte.

Seguro que en la fiesta no faltó su amigo más fiel, su Rickenbacker atronador, digno de un gigante. La marca fabrica desde el año 2000 un modelo con su nombre, el 4004LK, una auténtica obra de arte capaz de enamorar a cualquier guitarrista. De hecho, Lemmy tocaba el bajo como si fuese una guitarra. Era su sonido propio, inconfundible con el de cualquier otro bajista, el estilo que le hizo único con su instrumento. Del resto se encargaba su poderoso Murder One, el nombre con el que bautizó a uno de los amplificadores Marshall que le guardaban las espaldas.


Lemmy
era una leyenda andante, como decíamos al principio, con medio centenar de discos de estudio y en directo, decenas de colaboraciones, cameos sin fin, locuras cinematográficas (como Eat the Rich, probablemente el más famoso) y la eternidad incluso como personaje de videojuego. Pero también era una leyenda renqueante. Su ‘azarosa’ vida llevaba tiempo pasándole factura aunque nunca se quejó, antes al contrario seguía empeñado en subirse a los escenarios pese a que ya tuvo que suspender alguno a la mitad por pura imposibilidad física.

En 2016 tenía incluso programados conciertos en España, aún como principal reclamo del cartel pese a no faltar prácticamente ni un solo año en cualquiera de los festivales que se celebran por todo el país. Y es que para sus fans, sus visitas eran siempre una cita obligada. No sleep ‘til… es lo que diría Lemmy.
   


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