Abraxas
Carlos Santana
A la segunda fue la vencida. Ya con su primer
disco un jovencísimo Carlos Santana
había dado un puñetazo, más bien un guitarrazo, sobre la mesa del rock que se
disponía entrar en la década de los años 70. Con Abraxas el hijo de un
mariachi se convirtió de golpe en el número 1, con el disco más vendido del
momento bajo el brazo, un éxito indiscutible que encontró la fórmula mágica
para fusionar –mezclado, no agitado- el sabor latino con la fuerza de los riffs.
El éxito de Abraxas nació del cruce
entre Peter Green (Fleetwood Mac) y Tito Puente. Ambos le darían a Santana
dos de los primeros hitos de su carrera: uno, Black Magic woman; el
otro, Oye cómo va. Junto con Samba pa’ ti son títulos que no necesitan presentación. Cuarenta y cinco años
después quizá suenen a eso que se llama un ‘estándar’, pero entonces fueron una
auténtica revolución que Rolling Stone
definió con la famosa frase de que el recién llegado “había hecho por la música latina lo que Chuck Berry hizo por el blues”. Los hechos lo demostraban desde
la cumbre de las listas de ventas y el resto ya forma parte de la leyenda.
Para el rock,
1970 fue un año mágico. Aún no se habían pasado los coletazos de la era hippie y todas las bandas buscaban
nuevos caminos. Deep Purple
publicaba In Rock, la piedra angular del heavy; Clapton grababa Layla;
Iggy y sus Stooges lanzaban Fun House; Traffic su gran John Barleycorn; Cat Stevens, Neil Young… todos los destinos
estaban disponibles para el que los encontrase. Santana cogió una autopista que iba de México a EEUU pasando
por San Francisco y por el estado de
Nueva York y la aprovechó. Woodstock fue su pasaporte para la
nueva década. (Nota para mitómanos: la Gibson
SG que utilizó en aquel superconcierto se exhibe en un local marbellí).
Abraxas quizá sea, junto con
su disco de debut, la única forma de encontrar al Carlos Santana original, el que electrificó la salsa pero no perdía de
vista que su objetivo era tocar rock’n’roll. Hijo de su época, pasó
a anteponer a su nombre lo de Devadip y sobrecargar su música de
misticismo. El tiempo, no obstante, lo cura todo y en una carrera tan larga
como la suya da para mucho, aunque en su caso quizá dejó demasiado pronto de
querer ser joven en el sentido que la palabra tenía en los 70.
Es el momento de decir eso tan estúpido de que
al menos su guitarra, o mejor dicho, su forma de tocarla, sí es eterna. Quizá
haya pocos con un estilo tan inconfundible como el suyo, un sonido con el que
todo el planeta le identifica casi desde la primera nota. Es difícil reescuchar
Abraxas
sin tanto condicionante y reencontrarse con el Santana que aún estaba
ajustando las piezas, a pocos pasos de convertirse en maestro de las seis
cuerdas. Sólo así se descubre la frescura del año en el que el rock descubrió el sur.