Irishman in New York
Rory Gallagher
Rory
Gallagher era capaz de cambiar –y afinar- las cuerdas
que se le iban rompiendo sin parar de tocar, sin interrumpir la canción que
interpretase en ese momento. En aquellos tiempos del siglo pasado lo de tener
un asistente al borde del escenario para sustituirte el instrumento era un lujo
del que alguien tan humilde y sencillo como el guitarrista irlandés no
disponía. ¿Para qué? A él no le hacía falta.
Esta es una imagen grabada a fuego en mi
memoria en la primera ocasión que pude disfrutarlo en directo, aquella época maravillosa
y fugaz en la que Rory se recorrió
el mundo a lomos de su Fender
Stratocaster con la pintura desconchada, de la que sólo se desprendía para
coger la Telecaster o desenchufarse con la steel. Una década entre mediados de los
80 y 90 en la que no existía Internet ni Youtube pero de la que han pervivido
docenas de registros de sus actuaciones. Todo empezó con la gira del 74…
El Irlandés
en Nueva York es una de esas cintas que su hermano Donald va soltando regularmente desde que Rory falleció en aquel maldito trasplante de hígado en 1995 a los
47 años. Algunas son impresentables, otras como la que nos llegó 2015
son una magnífica oportunidad para volver a disfrutar del mejor Gallagher en condiciones de sonido
aceptables.
Siete de septiembre de 1979. Rory cruza el
charco en su mejor momento con un nuevo disco bajo el brazo, Top
Priority, a puntito de convertirse en vinilo y cerrar su etapa en el
sello Chrysalis. En este concierto
aprovecha para presentar alguno de sus temas y comprobar la acogida del público
tras endurecer su música para disgusto de sus fans más puristas. Como buen bluesman necesitaba escuchar a la gente
para sentirse a gusto. Eso que se llama feedback.
Está en la cima de su carrera.
La ventaja de este disco sobre los “oficiales”
Irish
Tour o Stage Struck es que en estos sabía que le estaban grabando para
su edición en disco y tenía que seguir un guión. En Nueva York se le nota más
libre, quizá con un sonido no tan bueno y límpido pero con las manos libres
para saltarse los tiempos. En la era del formato digital no hay problema,
además, para soltarlo casi íntegro aunque necesite cd y medio.
Libertad para improvisar y jugar con su
guitarra, para comprobar lo que se puede hacer con ella sin los efectos
especiales de hoy en día. Le bastaba con un par de pedales, los controles de la
Fender y su voz para que el rock and
roll siguiera su camino desde los orígenes del blues y la música tradicional
irlandesa con que se crió en Cork. Rory tocaba a pelo, aquí no hay truco,
sólo honestidad.
En Irishman quizá no esté la mejor
versión de Tattoo’d Lady, pero sí
quizá algunas de las más increíbles –no hay otra palabra- de I Wonder Who o Bought & Sold con las que pueden practicar quienes aspiren a
ser unos virgueras de las seis cuerdas. No son las únicas ni tampoco falta el
inevitable interludio acústico con un toque country.