Appetite For Destruction
Guns N' Roses
No
era hambre de destrucción, sino el ansia por soltar todo lo que llevaban
dentro. Aquel verano de 1987 en Los Angeles vio la luz uno de los
discos más influyentes de la recta final del rock del siglo XX. Al principio,
pocos se dieron cuenta de lo que se les venía encima; en pocos años vendería
millones de copias y se convertiría en el álbum de debut con más éxito de la
historia… pese a que en realidad era el segundo trabajo, cuando ya se pusieron
a la sombra de una gran discográfica.
Guns N’ Roses devolvieron el hard rock ‘de toda la vida’ a un lugar
preferente en momentos de despiste generalizado en el panorama musical,
despertando un entusiasmo que llegaría a compararlos con los Rolling Stones, aunque en realidad se
parecían más a Aerosmith y otras
alimañas fronterizas con el glam, no
en vano su primer objetivo era destronar a Mötley
Crüe. También dijeron, y dicen, que tiene reminiscencias punk. Es el sino de lo nuevo, de un
sonido fresco y distinto al que había que poner como sea la correspondiente
etiqueta.
Su
momento particular sí era perfecto, pues el tándem de Axl Rose y Slash incorporaba
dos sillines más para Izzy Stradlin
y Duff McKagan –cuyos discos en
solitario son especialmente recomendables, por cierto-. O casi perfecto porque
también contaban los excesos etílicos y químicos a mayor gloria de una
estupenda mala fama.
Appetite también se ganó un lugar en las
enciclopedias sobre todo por dos canciones que ya forman parte del acervo
popular. Welcome to the Jungle, en la
que se luce un Axl pletórico, y Sweet Child O’ Mine, con la que Slash colocó a su guitarra entre las
primeras espadas del gremio y le ha permitido exhibir su prodigiosa técnica
cada vez que la interpreta en directo. De todas formas, un buen debate para sus
muchos émulos podría analizar si hubiera conseguido el mismo impacto sin la
compañía de Izzy Stradlin…
Ellos
cuentan que en aquellos tiempos de vino ‘y rosas’ componían maravillas como
estas en un par de horas. Canciones vivas con letras muy personales, escritas sin
pensar demasiado en las consecuencias por lo visto dado el conflicto que les
provocó con la poderosa MTV. Ni
cambiando dos veces la portada consiguieron que se emitieran sus vídeos
demasiados cargados de sexo –drogas- y palabrotas para la puritana sociedad
estadounidense. Y cuando lo hicieron tuvieron buen cuidado de colocarlos de
madrugada.
Hay
miles de anécdotas relacionadas con la grabación de un disco que es casi una
leyenda, pero quizá habría que destacar el episodio en el que largan al que iba
a ser su productor, Paul Stanley, el
omnímodo señor de Kiss, aunque
algunas fuentes dicen que fue él quien se marchó. Él se lo perdió porque
aquellos “despojos drogadictos” contrataron a Mike Clink, que no sólo era más barato, sino que además creía en
ellos.