Una contradicción genial (y brutal) en escala de blues
Por Mario Benito
Es el músico más moderno tocando la música más
antigua. El blues más primitivo que al pasar por sus manos, por la púa brutal
—"la más dura que encuentre"— con la que golpea las cuerdas de una
guitarra hecha de plástico, se convierte por obra y magia del postmodernismo y
la deconstrucción en el sonido más nuevo de este nuevo siglo.
En 2008, David
Guggenheim rodó un documental sobre los distintos estilos y los
instrumentos de tres grandes guitarristas del rock titulado It Might Get Loud (traducido como A todo volumen). Las primeras imágenes
nos muestran a un joven de extraño aspecto, muy pálido, blanco, vestido a la
moda de los años 30 del siglo XX... aunque no de una manera fiel, tal cual,
sino como si se hubiera reinventado esa misma ropa ahora, un sombrero de
entonces como no lo llevaría puesto entonces nadie, el pelo muy negro en
contraste con su rostro blanco, largo por delante y a los lados y corto por
detrás, un corte femenino... aunque tampoco. Golpea airado un pedazo de madera
astillosa con un martillo incrustando en ella unos enormes clavos entre los que
tiende un alambre que logra tensar colocando entre el alambre y la madera una
botella de vidrio de Coca-Cola vacía. Clava también en la parte central, justo
debajo del alambre, una bobina de cobre enrollado a un imán que conecta después
a un amplificador y, con un cilindro metálico en uno de sus dedos, comienza a
tocar blues. "¿Quién dice que necesitas una guitarra?", nos increpa
mirando a la cámara. Es Jack White.
Los otros dos guitarristas con quienes comparte experiencias, guitarras —claro
que le hacen falta, y no pocas, como luego se verá— e incluso canciones son The Edge (guitarrista del mundialmente
famoso grupo irlandés U2) y, nada
más y nada menos, que Jimmy Page (si
no le conocéis, casi mejor ni sigáis leyendo: Led Zeppelin, claro).
Jack White nació en 1975 en Detroit, ciudad de
la industria del automóvil norteamericano y también de la música popular negra
de la Motown; ciudad difícil para vivir en continua decadencia y sumida en una
crisis económica interminable que la ha llevado en 2013 a declararse incluso en
bancarrota. Más aún en el barrio marginal mexicano del extrarradio donde vivía
su familia. No le pusieron ese nombre tan... antiguo y moderno que ahora tiene.
Al contrario de lo que sucede en el mundo anglosajón, John Anthony Gillis —que es como se llama en realidad— tomó el
apellido de su mujer, Meg White, con
la que formó el insólito grupo del que hoy os hablamos: The White Stripes, con el que logró la fama y el reconocimiento
internacional. No, no era su hermana como él mismo repetía entonces una y otra
vez, era su mujer. Y aquello resultaba insólito y original, como todo lo que
hace, porque no es muy frecuente encontrar una banda formada por una mujer a la
batería y un hombre a la guitarra y la voz. Melódica y gritos. Aun así, lo más
sorprendente eran los sonidos brutales y poderosos que conseguía aquel dúo
vestido a la última y más antigua moda de colores planos, rojo, blanco,
negro... tan sólidos como sus canciones. Blues del siglo XXI. Posiblemente, el
mejor de su generación.
The
White Stripes se creó en 1997 en Detroit, claro. Antes, trabajando con su
hermano mayor (uno de ellos, porque Jack es el menor de diez, siete varones y
tres mujeres) recibió como pago por hacer una mudanza su primera guitarra. Una
Kay Hollowbody con caja de resonancia —pura guitarra clásica de blues— de los
años 50. Sigue con ella, es su
guitarra, la podemos ver en acción y, sobre todo, escuchar en algunos temas del
mencionado documental junto a Jimmy Page y The Edge. Con The White Stripes,
utilizó fundamentalmente una curiosidad en forma de guitarra fabricada con
fibra de vidrio ("un pedazo de plástico hueco", la define el propio
White) de color rojo y blanco, coordinados con los colores del grupo. Se trata
de una JB Hutto Montgomery Airline del año 1964.
Resulta increíble el sonido que consigue Jack
White con ese "trozo de plástico". Pero es que dice que le gustan las
cosas difíciles, que "sería muy fácil tocar con una Gibson o una Strato
nueva" y que "el mal que debes combatir en cualquier campo creativo
es la facilidad". Dice que huye de la tecnología porque "es una gran
destructora de la emoción, de la verdad", él, el más moderno; dice que se
pelea con las guitarras, que quiere convertir su manera de tocar en una batalla
—y vaya si lo hace—, en una lucha con la guitarra. Y vencer.
Y luego llega su otra guitarra. En el año 2005 sin dejar The White Stripes constituye
un nuevo grupo, The Raconteurs,
junto a Brendan Benson (voces y
guitarra), Jack Lawrence (bajo,
coros) y Patrick Keeler (batería),
los dos últimos miembros a su vez de la banda The Greenhornes. Con ellos el rock es algo más tradicional y sólido aunque es posible que pierda frescura
y originalidad. Y con ellos le vemos tocar una guitarra Gretsch modificada por
él mismo con la ayuda de un luthier de Seattle, Randy Parsons, que le añadió un doble cutaway, tres pastillas en
vez de las dos originales e incluso ¡un micrófono para armónica Geen Bullet!
que hay que verle utilizar para dar gritos desgarrados mientras toca. Con The
Raconteurs, y con esta guitarra, interpreta el que para muchos es su mejor solo
de guitarra en el final de esa genial canción del álbum Broken Boy Soldiers, titulada Blue
Veins. Es del todo brutal. Tanto que existen grabaciones en las que los
dedos de su mano derecha sangran, manchando la guitarra, por la fuerza y pasión
con la que frota las cuerdas transmitiéndolo a quienes tuvieron el privilegio
de asistir a aquellos conciertos.
También con The White Stripes utilizó en
algunas canciones una preciosa guitarra roja con caja de resonancia, muy
grande, modelo Crestwood Astral II, y las acústicas que más le gustan por sus
bajos contundentes son las Grestch Rancher. Además de The White Stripes (que se
disolvió oficialmente en febrero de 2011) y The Raconteurs, formó también en
Nashville, donde vive actualmente, un grupo más en 2009 junto a la vocalista Alison Mosshart, Dean Fertita
(guitarra), Jack Lawrence (bajo) y
el propio White tocando además de la guitarra la batería y la voz, llamado The Dead Weather —es decir, durante
varios años formó parte de tres bandas simultáneamente— con el que solía llevar
una guitarra Gretsch Jupiter Thunderbird (la clásica ‘Billy Bo’) de formas tan
extrañas como todo lo que rodea a Jack White.
Posiblemente el disco más alucinante de su
discografía sea Elephant, grabado con
The White Stripes en 2003. Es el cuarto trabajo de la banda, y si bien el álbum
anterior, White Blood Cells (2001)
les supuso su primer gran éxito, Elephant
es su consagración y, sobre todo, la explosión de Jack White como
guitarrista. Se abre con el tema Seven
Nation Army, su mayor éxito comercial hasta el momento —tanto que hasta la
utilizaron los tifosi italianos para
animar a su selección en el Mundial del 2006 en Alemania, ¡po-po-po-po!—, pero
es que además incluye Black Math, una
especie de locura punk-blues con un estribillo inspiradísimo que es casi un
himno y, sobre todo, Ball and Biscuits,
con otro de sus solos estratosféricos de guitarra donde no sólo debe destrozar
las cuerdas de su guitarra de plástico sino también los principios de la
armonía, las escalas pentatónicas del blues y cualquier otra consideración
musical... menos el ritmo. Tan poderoso. Una obra maestra, Elephant,
en cuyos créditos puede leerse: "No computers were used during the writing,
recording, mixing or mastering of this record".
En los últimos años, Jack White ha lanzado dos
discos en solitario, Lazaretto (2014)
y anteriormente, en 2012, una joya titulada Blunderbuss,
donde curiosamente suena más el piano que la guitarra... ¡una Fender Telecaster!
Sí. Pura contradicción, como todo lo genial. Y les puedo asegurar que lo que
hace con ella es cualquier cosa, menos fácil. Porque sigue agarrándose a las
raíces da igual con qué guitarra mientras recuerda y nos cuenta que a nadie le
gustaba ya el rock en su duro barrio de Detroit cuando era un adolescente, sólo
sonaba hip-hop, nadie quería entonces tocar la guitarra... y le dio igual. Jack
White quería tocar blues, destrozar el blues a golpes, con las tripas, y el
resultado es puro blues porque el blues es, precisamente, eso.
(Imágenes: ©CordonPress)