J.J. Cale
Una guitarra de 50 dólares en el callejón de los tornados
Por Vicente Mateu
Esta es la leyenda de un hombre convencido de
ser un perdedor, con su guitarra de 50 dólares llena de parches y un corazón
torturado -en todos los sentidos- bajo el pecho, convencido de que jamás sería
un artista de éxito. John Walden Cale
(1938-2013), J.J. Cale para la
Historia, aprendió con aquella vieja Harmony
a precio de saldo a burlarse del destino. En su amada Tulsa sólo los tornados
rompen la calma, pero nunca consiguieron que dejase de tocar blues.
Eric Clapton recupera una vez más su memoria editando, a finales de septiembre, un
mítico concierto de marzo de 2007 en San Diego, en el que ambos reescribieron otro
de los capítulos fundamentales para entender el rock. Una reseña que, por
supuesto, no faltará en el Jukebox de
Guitars Exchange.
Entre aquellas cinco canciones que ambos interpretaron
esa noche sobre el escenario sonaron dos sin las que, probablemente, la música
que oímos a diario no sería la misma, ni ellos dos tampoco: Cocaine y After Midnight. Igual es más correcto invertir el orden…
El corazón de Cale terminó por fallarle hace
apenas tres años en otro lugar de nombre sonoro, La Jolla, California, justo
cuando su viejo admirador y amigo había salido de nuevo en su ayuda -la primera
fue en los setenta, cuando manolenta
grabó After Midnight y le proporcionó
la fama y el dinero necesario para lanzar su carrera-.
The Road
to Escondido (2006) proporcionó a Cale un Grammy que le
devolvió a su estatus de artista de culto, nunca perdido pero sí tan
polvoriento como las carreteras que recorrió, y a las que cantó, con su
guitarra. La vieja Harmony es también Historia, porque en el maletero viajaba
ahora una Danelectro o una Strat roja, y quizá la Casio.
El blues-rock-jazz-country-groove de Cale
encontró en el siglo XXI que su público también había acumulado años en la
mochila. Una audiencia ‘madura’ a la que su estilo tranquilo, elegante y tan
‘cool’, término cuyo significado actual no existía en 1959, le venía al pelo,
al menos al poco que le quedaba a sus fans como recuerdo de los buenos tiempos.
El ‘sonido Tulsa’ lo llamaron, aunque más bien
es un ‘aroma’, una sensación que se te mete en las venas con esa forma de tocar
simple y nada efectista de un artista que se formó a sí mismo, tanto como
músico como luthier. La necesidad
hace virtud y Cale modificaba toda guitarra que caía en sus manos -fue un gran
coleccionista casi hasta el final- y, para aprender, se aprendía las canciones
que le gustaban, pero añadiéndoles, o quitándoles, unas cuantas notas de su
cosecha. Se llama perfeccionismo.
De
ingeniero a cantautor
Ese ‘olor’ a carretera, viendo pasar el
monótono arcén y las infinitas praderas de Oklahoma, es el que impregnaría,
entre otros, a Mark Knopfler.
Súmale un suave discurrir como el de su voz, inconfundible en su relajante
lentitud, y surge la magia. Cale era, ante todo, un cantautor.
A finales de los 50 y en el arranque de la
trascendental década de los 60, J.J. -la segunda jota se la puso su manager para no confundirle con el John Cale de la Velvet Underground- emigró primero a la capital del country,
Nashville, y de ahí a Los Ángeles, la cuna de lo que hoy llamaríamos las
‘nuevas tendencias’.
Pero Cale vivía convencido de que era un
perdedor sin futuro por lo que aunque formó una banda, los Leathercoated Minds, con los que editó un álbum – A Trip Down Sunset Strip (1968)- acabó
trabajando como ingeniero de sonido hasta que decidió regresar a casa, a su Tulsa
en mitad del Tornado Alley con un
puñado de canciones que había conseguido grabar. Entre ellas ya figuraba After Midnight y aquí habría acabado
todo si Clapton no se hubiera fijado en ella en 1970 y la convirtiera en uno de
sus mayores éxitos. J.J. escribía, por fin, su nombre en la leyenda del rock.
El ‘pelotazo’ le cogió en plena aventura con
otra leyenda de la música americana,
Leon Russell, que le fichó para su propio sello discográfico. De inmediato,
lo metieron en el estudio para grabar su primer disco en solitario, el
verdadero debut de J.J. Cale.
Naturally (1971) colocó tres temas en las listas de éxitos, Crazy Mama, una nueva versión de After Midnight y Call me the
Breeze, que más adelante sería objeto de deseo de Lynyrd Skynyrd. Durante aproximadamente una década, Cale lanzó casi
un nuevo disco al año, pero sin alcanzar el reconocimiento en ventas de su
debut.
Ni siquiera con Troubadour en 1976, en el que Hey
Baby le proporcionó uno de sus últimos hits
y entre sus surcos escondía Cocaine.
Esta vez Clapton tardaría algo más en descubrir otra canción que parecía
escrita para él.
En 1983, Cale desapareció casi literalmente
durante más de un lustro. Quizá al ver que 8,
su disco de aquel año, se quedaba por primera vez fuera de las listas. Volvía a
ser un perdedor y, una vez más, volvía a casa para no salir hasta 1990 de la
mano de un sello independiente británico.
Los
años oscuros
Fueron años extraños, con buenos discos que
apenas levantaban cabeza, pero agrandaban su influencia y la mitología. Todo el
mundo, con Neil Young
a la cabeza, juraban que era uno de los mejores guitarristas vivos, halagos que
no consiguieron convencerle de cambiar el destino que él mismo se había
impuesto. Tras grabar Guitar Man en
1996, otro punto de referencia para cualquier amante de las seis cuerdas, se
sumergió de nuevo en la oscuridad. Acaba de firmar con Virgin, pero eso no le hizo dar media vuelta.
A principios de los años 2000, Cale enchufó de
nuevo su guitarra. Con To Tulsa and Back
en 2004 parecía mandar todo un mensaje sobre sus intenciones. J.J. volvía a la
carretera pisando el acelerador, y la segunda parada llegaría poco después con el
galardonado Road to Escondido.
La vida le sonreía de nuevo. O lo parecía. Ya
no sólo era un ‘artista de culto’ y el compositor de dos o tres de las mejores
canciones del rock de todos los tiempos. J.J. Cale, como estamos viendo en
otros muchos genios al alcanzar la setentena, se revuelven contra cualquier
intento de jubilación, siempre demasiado anticipada. Sólo los achaques, como
tristemente vemos en el caso de Clapton, consiguen bajarlos del escenario.
Cale lanzó en 2009 su último paso por los estudios,
Roll On, que casi recibió mejores
críticas en la prensa especializada que su viaje a Escondido. El estilo era, por supuesto, el mismo, no era uno más de
sus ocasionales experimentos, sino algo más ambicioso desde el punto de vista
de la música y no sólo de las tiendas de discos.
Su entusiasmo le llevó a ejercer de productor
e ingeniero de sonido -su antiguo oficio- y a tocar casi todos los instrumentos
en algunos de sus temas pese a contar entre los consabidos invitados y amigos,
además de con el sempiterno Clapton, con Jim
Keltner y su batería. El grammy le sirvió también para recuperar pedazos de
Historia y hasta lanzarlos en DVD, como los ensayos de 1979 con el mismísimo
Leon Russell a los teclados.
Aquellas sesiones en los estudios Paradise muestran
a un Cale en su estado original y explican muchas cosas tanto sobre su forma de
tocar la guitarra en aquellos primeros años, como sobre su verdadera
personalidad sin el condicionante de tener delante a miles de personas
escuchándote. Cale en estado puro.
Esta pequeña joya salió a la luz a primeros de
2013, apenas unos meses antes de aquel maldito infarto que le rompió el corazón
en mitad del verano de ese mismo año. Por fin había conseguido que todo el
mundo -o casi- supiera quien era J.J. Cale y él se había dado cuenta, tras
medio siglo de mucho sufrimiento y pocas alegrías, de que en realidad siempre
había sido un ganador.
Aquellos 50 dólares fueron su primera
victoria.
Para escuchar:
- Eric Clapton & Friends: The Breeze – An Appreciation of JJ Cale (Disco tributo)
- Roll On
- Guitar Man