De la reina del blues a la madrina del rock, dos leyendas de la guitarra con cuerpo de mujer
Por Vicente Mateu
Con
restos de algodón aún en los dedos, sus manos acariciaban la guitarra con la
sensualidad de una mujer y la rabia de su piel negra. Sus voces aún nos
envuelven, casi un siglo después, con su viejo sonido enlatado de blues,
góspel, jazz y hasta los primeros titubeos del rock’n’roll. Las llamaron Memphis Minnie y Sister Rosetta Tharpe, dos almas gemelas de las seis cuerdas en la
América de los años 30 y 40 que incluso fallecieron casi a la vez, la primera
en agosto de 1973 y, la segunda, dos meses después. Dos leyendas que habían
nacido para encontrarse.
Leyendas
de la guitarra, por supuesto. Elizabeth
‘Kid’ Douglas (Lousiana, 1897) y Rosetta
Nubin (Arkansas, 1915) son los símbolos de toda mujer que se cuelga una
guitarra, dos luchadoras que triunfaron en una sociedad claustrofóbica con su
talento y, sobre todo, su alma de blues. Su técnica equiparable a la de sus
colegas varones les garantizó una fama remachada por dos de las mejores voces
femeninas del blues. Memphis Minnie
y Sister Rosetta marcaban la
diferencia en un mundo de hombres.
Ambas
desarrollaron sus carreras prácticamente en el mismo periodo, entre los años 20
y los 50, y ambas recorrieron por caminos muy diferentes la América profunda de
la primera mitad del siglo XX atesorando experiencia hasta encontrar su destino
en la misma ciudad, la mítica Chicago.
La reina que murió en la indigencia
Minnie ocupa el lugar de honor en las
enciclopedias de mujeres guitarristas, más allá del blues. Un puesto
indiscutible -junto con el de poseer una de las grandes voces del género- gracias a un abultado fondo de armario sonoro
con cerca de 200 grabaciones, la primera de ellas en 1929 y la última dos
décadas después. Tiempo suficiente para pellizcar -la marca de la casa- tanto las
cuerdas del banjo que se colgaba cuando aún era Kid Douglas, como la eléctrica con la que maravillaba a los
clientes del nightclub de Chicago al que se retiró en la década de los 40 junto
a su tercer marido, Ernest Lawlars,
más conocido por Little Son Joe.
Todo quedaba en familia.
No
obstante, las autoridades en la materia recomiendan a la Minnie de la primera época, cien por cien desenchufada y a ser
posible con una guitarra de las baratas, cuanto más estándar mejor. Una etapa
fructífera en la década de los años 30, primero con su segundo marido Kansas Joe McCoy y, luego, con el
productor Lester Melrose al frente
de un grupo de músicos entre los que se encontraba ella con permiso para
experimentar con su voz y sus manos a su capricho. La primera de aquellas
míticas grabaciones para el sello Vocalion -Bumble
Bee / I’m Talking About You- fue
un estreno por todo lo alto que cosechó un gran éxito.
Para
ser justos, su mayor hit lo consiguió con una guitarra eléctrica, con la
primera que tuvo y con la primera canción que grabó con ella: Me and my Chauffeur, imprescindible en
las jukebox que en esos momentos se convertían en otro símbolo del estilo de
vida made in USA.
Muchos
guitarristas de entonces y de ahora aprendieron y siguen aprendiendo de la que
bautizaron como ‘reina del blues’, aunque su leyenda no la libró de morir en la
indigencia, apenas salvada por los donativos de amigos y fans que la escuchaban
embelesados en los nightclubs. En 1996, Bonnie
Raitt le rendiría tributo con un monolito en su tumba de Walls,
Mississippi.
En
diciembre de 2015 aún se siguen publicando sus canciones con el primer volumen de sus grabaciones
de postguerra.
La doble vida de Rosetta Tharpe
A la
‘hermana’ Rosetta Tharpe la han
llamado “la madrina del rock’n’roll’, la gran influencia femenina de Little Richard o Chuck Berry. La única mujer guitarrista que fue capaz de hacer sombra
a la gran Minnie tenía una doble
vida en la que por el día era una devota artista de góspel y por las noches se
cimbreaba con el embrión del rock y el rhythm & blues.
Dos
estilos muy diferentes para una misma mujer, la que acompañaba con su voz y su
guitarra a su madre en una misión evangélica por el sur de Estados Unidos, y la
que en 1944, con la electricidad corriendo ya por sus dedos, grabó la primera
canción oficialmente reconocida como rock’n’roll, Strange Things Happening Every Day.
Fue
un éxito total para la Decca, que acertó acompañándola con el piano boogie
boogie de Sammy Price. Veinte años
más joven que Memphis Minnie, es
heredera de su forma de tocar y, por supuesto, de cantar, porque nuestra
hermana Rosetta disponía también de
una voz excepcional. Probablemente mejor. Su dominio con la guitarra, más aún
siendo mujer, la catapultó a la fama desde las trincheras de los soldados
norteamericanos desplegados en Europa.
Con
los casi 20 años de diferencia en edad, Rosetta
contaba a su favor con una tecnología muy superior a la de su antecesora, a la
que su irrupción cogió ya de retirada. En el caso de nuestra ‘hermana’, nos
interesa por la calidad de las grabaciones, porque, en lo que se refiere a sus
guitarras… escucharlas en estado puro, sin aditivos ni amplificadores, es una
sensación que va más allá del simple placer de la buena música. Hay algo mágico
escondido en su góspel de ritmo vacilón con el que daba cuerda al reloj de Bill Haley y sus Cometas una década
antes de que les entrasen ganas de bailar sobre él.
Y,
de repente, te das cuenta que estás escuchando algunos de los primeros solos de
guitarra ‘modernos’. No son solos de blues -que también tiene buenos ejemplos-
sino ‘punteos’ que recuerdan demasiado a los utilizados por Eric Clapton o Jimmy Page para asombrar a su audiencia.
No
es extraño que el mundo del rock -y del soul- se sintiera atraído por un
personaje como la hermana Rosetta,
que tras su fachada santurrona escondía una transgresora tanto con su voz como
con su Gibson SG. Una actitud que
dejaba traslucir sólo en los nightclubs y le acarreó problemas con su otra
vida, dominada por la religión y en la que no se veía con buenos ojos ni que
una mujer se ganase la vida como guitarrista ni, por supuesto, su forma de
tocar el góspel. Demasiado exuberante, demasiado swing para un mundo que aún se
resistía a cambiar.
En
la vida real, sin embargo, su fama quedaría eclipsada por gigantes como Mahalia Jackson. Viajó a Europa con los
grandes en los años 60, cuando el góspel y los espirituales negros volvían a
estar de moda y hasta vendían discos. La ‘chica guitarrista’ era toda una
novedad que ella aprovechó todo lo que pudo y se subió al que podía ser su
último barco.
Fue
precisamente en una de esas giras por el Viejo Continente, en 1970 con Muddy Waters de cabeza de cartel,
cuando la diabetes le robó una pierna, tuvo de regresar a EEUU gravemente
enferma y, pese a recuperarse e incluso volver a actuar y grabar, tres años
después su cuerpo ya no aguantaría más. Dos meses antes, moría Memphis Minnie en la soledad de un
asilo.
La
señora Tharpe -apellido del primero
de sus tres maridos- nunca se quedó quieta desde que vio la luz en Cotton Plant.
Era una artista completa que buscaba siempre nuevas formas de sorprender a su
público desde su primera actuación ¡a los 4 años! En la segunda mitad de los
años 40, su carrera se unió a la de una joven amiga -y amante- Marie Knight, dotada de una voz capaz
de llenar por sí sola un escenario.
Entre
las dos, más su guitarra, armaron una bomba que explotó en Up Above My Head, una de esas canciones que ponen los pelos de
punta. Fueron los años de oro, cuando 25.000 personas eran capaces de abarrotar
el estadio de Washington DC para escucharla cantar y tocar tras celebrar su
tercera boda, allá por 1951. Sister
Rosetta era ya una leyenda.
De
la reina el blues a la madrina del rock. Dos guitarras con cuerpo de mujer, una
metáfora recurrente que ellas, al menos por un instante, hicieron realidad. Dos
pioneras cuya influencia en la música del siglo XX es mucho mayor de la que
están dispuestas a reconocer la mayoría de los biógrafos del Blues. Hombres,
por supuesto.