Porque Lucille siempre quiere más

Por Alberto D. Prieto

“Lucille me sacó de la plantación y me dio la fama; cuando me pierdo, solo y en ruta, ella me habla. A veces la oigo llorar. Y nadie me canta como ella… Canta, Lucille”

Dios escribe recto con renglones torcidos. Y a Riley B. King, si hay un dios, se le torcieron las cosas desde el parto.


Se quejan los afroamericanos de que los blancos les han robado todo, desde la dignidad hasta la libertad, pasando por los sones, el gospel, el blues, el jazz, la música de petit-band y de club, el swing, el r'n'b, el rap y el hip-hop... todo así. En un solo siglo, como en una carrera de relevos. Y un sólo testigo hay de todo eso, un tal Riley Ben King 
(Itta Bena, Mississippi 16 de Septiembre de 1925 – Las Vegas, Nevada, 14 de Mayo de 2015), impecable de pajarita y traje, algo rechoncho, sentado a su taburete hasta cerca de los 90 años.



Se llamó así hasta que Blues Boy King nació a los 24 años en la WDIA, una emisora de radio de Memphis, Mississippi. Curiosamente, no lo hizo como intérprete, sino como disc-jockey, presentando las grabaciones de otros a una audiencia negra con la espalda doblada de generaciones. Aprovechaba las ondas nocturnas para colar entre las novedades de otros sus propios discos y anunciar sus conciertos. Y así reunir fieles en los garitos entre humo y alcohol de posguerra sureña.


Con todo, a B.B. King no lo han robado los blancos, lo más cercano que han hecho es imitarlo, usarlo de inspiración y hasta venerarlo. Y pasados los años de éxito, olvido, regreso y reivindicación, lo más que hicieron blancos, negros o amarillos, es pedirle una colaboración, para vestirse un poco con el oropel de su voz gruesa, de su aura sin prisa a la guitarra.




No podía ser más que en un pueblo con nombre musical, Twist, en el que, tras uno de esos bolos que se auto promocionaba en la radio, B.B. King bautizó a su guitarra. Lucille tomó su nombre de una mujer cuya supuesta belleza provocó una pelea en el garito en el que tocaba King. Era el frío invierno de 1949 en ese páramo perdido de Arkansas y la trifulca acabó en empujones y navajeos, un barril de queroseno ardiendo que hacía las veces de calefacción cayó al suelo y las llamas lo tomaron todo. B.B. King escapó pero olvidó su guitarra en el local y, tras regresar de buscarla entre las llamas, conoció el motivo de la pelea. Bautizó Lucille a su guitarra para nunca repetir semejante temeridad.


Al día siguiente supo que los dos causantes de la bronca habían muerto y en adelante, el bluesman sólo le guardó fidelidad al modelo: una adaptación de la Gibson ES-355, habitualmente negra, sin trémolo ni efes acústicas, con cuerpo semimacizo de madera de arce. Pero la clave del sonido de King no está tanto en su guitarra como en cómo dialoga con ella. De hecho, es probable que la primera Lucille fuera una tabla Fender Telecaster.




Recién llegado en Memphis, Riley había conocido a su primo Bukka White, un negrazo a lomos de una acústica plateada, que le enseñó lo básico: "para ser un bluesman, chaval, lo primero es vestir siempre como si fueras a ir al banco, tienen que confiar en ti si quieres robarles". Bukka White llevaba siempre un slide en el meñique, y el interés de B.B. por lograr naturalmente ese sonido de glaciar metálico puede ser el origen de su seña de identidad en los punteos temblorosos.


Eran las primeras generaciones de negros nacidos en libertad en EEUU. Por supervivencia, tradición entre vencedores y vencidos o lo que fuera, el único modo que un negro tenía de aceptar su condición era admitirse inferior, admitírselo en sus propios tuétanos, en su quehacer y en su sueño, ser, en una palabra, menos que el blanco que los explotaba. Tal paso implica un sentido trágico y una contradicción. Lo trágico imprime carácter y se expresa en todas las manifestaciones vitales de esa nueva clase social nacida del africano importado al Nuevo Mundo. La contradicción entre la sumisión para sobrevivir y la rebeldía instintiva obró como cimiento que terminó de fraguar esa hermandad negra, ese poder infinito de sus expresiones artísticas y vitales: así que el bluesman canalizó sentimientos, tradiciones y poder. Su música, heredera y redentora, estaba predestinada.


Sería difícil discernir qué prepondera en un blues de B.B. King, si su lamento a la garganta o el punteo a su Lucille. Sería difícil si no fuera por el componente manual, de aprendizaje, que tiene una guitarra. Su prodigio calmado a las cuerdas, con ser tan talento innato como el de la voz, tiene otros matices que lo elevan. Pero es cierto que si King no fuese un pilar de la guitarra americana, lo habría sido como cantante.



El sonido del abuelo es más reconocible aún que su imagen redonda y coloreada, silueta en blanco y negro que salta al imaginario cuando resuenan las cuerdas de un buen blues negro. Cada nota dura una eternidad y se le dedica su tiempo, vibrando con limpieza. Con el paso de los años, en cada década la música negra pasaba del blues al jazz, del jazz al funk, del funk a r'n'b y así, popularizándose al ritmo que se iba comercializando en manos de blancos, B.B. King fue demostrando la versatilidad de su talento ante audiencias cada vez mayores, sin dejar de ser la esencia de un bluesman.


Dios escribe lento con renglones torcidos y es importante hacer hincapié en que si B.B. King es nieto de esclavos libertos, eso significa que la generación de sus padres, la que lo crió, guardaba todavía todas las costumbres esclavistas. Igual que sus abuelos, que eran nietos de negros que aún añoraban África, tuvieron que sobrevivir a su desarraigo. Todo esto significa que el hombre del blues que reina aún en el siglo XXI es un eslabón directo desde las covachas de madera raída de las plantaciones, y trae directo su sonido a la era del Spotify.


Existe un estandar musical, impuesto más o menos en el último siglo, el llamado 440. Es decir, la escala en la que la suena en esa frecuencia. Hay otra tendencia, que reivindica el 432, atribuyendo a la sintonización de la en esos herzios una tesitura más rica en las melodías, basada en una cierta melancolía del trazo musical. Existe también en los orígenes del blues una tendencia similar, que incluso utilizaba la verbalización del término en inglés. Así, bluesizar significaba bemolizar, caer las notas medio tono, entristecer la canción. ¿Por qué? Probablemente por el origen no académico de la música negro-africana o negro-norteamericana, que al cabo es más o menos lo mismo. O lo fue.




El blues nace del alma dolorida, de las penas y, más aún, de las penalidades. Y por eso se daba por supuesto en los orígenes de este estilo, cuando la emancipación negra lanzó a la carretera y a los clubes a manadas de gentes de color a buscarse la vida, que cualquiera que hubiera habitado una barraca de aquéllas había vivido lo suficiente como para versificarlo y ceremoniar así la vida. Eso y la tradición africana de no enseñar la música, de expresarla como parte de la propia vivencia personal, hicieron de este estilo (y de todos los géneros negros posteriores) una música verdad. Así que aquél que se demostrara virtuoso en el blues reinaría de una modo legendario: aunaría en sí mismo la verdad y su expresión más brillante.


Torcidos o rectos los renglones, es difícil ser una leyenda en vida; más lo es serlo durante décadas. Y eso sólo se logra si has dicho siempre la verdad, algo inevitable cuando no has tenido tiempo de otra cosa en tu vida.

Probablemente, nunca escuches a King y a Lucille hablar a la vez
. Su diálogo de blues, nota a nota es respetuoso y por turnos. Lucille suena incluso sin ampli, porque B.B. King saca su música del fondo del corazón. Eso hace tan característico su sonido -"una sola nota es reconocible", dice de él Eric Clapton, rendido-, y por eso sus gestos lo son, como los de un cantaor flamenco. Cuando es el alma lo que interpreta, realmente no se buscan las notas, son ellas las que van pidiendo la vez. De ahí que a King no le asusten a los silencios en escena, de ahí que toque y cante, toque y cante, de ahí que cuando habla, haga pausas, para escucharse, para atender lo que suena de fondo... No es tan difícil ahora entender como Beethoven componía sordo, la música está en las entrañas.


"From can to can't", así recogía el algodón el pequeño Riley a los siete años
, desde que se podía por la mañana hasta que ya no se podía en el ocaso, atendiendo las enseñanzas del maestro Luther en una escuela de madera: no bebas y no fumes, sólo tienes un hogar, tu cuerpo. Y nunca tendrás otro, así que cuídalo. Del mismo modo, "from can to can't", sembró el blues por el mundo B.B. King, hasta que el cuerpo aguantó. Porque lo dictó su alma, y porque Lucille siempre pedía una más...


“Lucille sólo hace blues… dame uno más, guapa, uno más”.
 


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