Un hombre marcado por una Telecaster
Por Vicente Mateu
"A fugitive must be a rolling stone" (Merle Haggard)
Una
guitarra marcó la diferencia. Una Fender
Telecaster con la que el Country encontró el sonido Bakersfield junto a una Steel, un violín y, por supuesto, la
melosa voz de vaquero solitario de Merle
Haggard (6 de Abril de 1937 - 6 de Abril de 2016). Otra leyenda que nos abandonó en ese cruel 2016 que no perdonó.
Fue el 6 de abril, justo el día de su 79 cumpleaños. La vida de este ‘outlaw’
de la música popular americana va paralela a una carrera de éxito tras éxito en
la que fue fundamental su relación con las seis cuerdas -y con las cuatro, por
supuesto-. Un capítulo de su biografía en la que no se puede olvidar el papel
de uno de esos personajes en la sombra de las grandes figuras, Roy Nichols, el guitarrista solista de
su banda, The Strangers, a lo largo
de más de 20 años.
La
Telecaster fue la clave de la reacción al sonido
Nashville, el estilo ‘oficial’ que debía respetar todo artista de country
si quería triunfar en las jukebox. Sin el sonido afilado de ese modelo de
guitarra -hoy convertida en símbolo con la Fender
Custom Merle Haggard Signature Telecaster- no habría sido posible dar un
golpe sobre la mesa del honky tonk, inyectar
nueva sangre al género y, sobre todo, escribir canciones sobre el mundo real,
el de la gente que curraba de sol a sol para comprar sus discos. Nuestra
leyenda era, ante todo, un contestatario que fumaba marihuana, protestaba
contra la guerra del Vietnam y protagonizaba más de una pelea de esas que alegran
las películas del Oeste.
Haggard era un hijo de su época que se subía
a los trenes de mercancías en busca de su destino y, de vez en cuando, acaba
con sus huesos en prisión. Fueron tres turbulentos años tras las rejas,
traicionado por su mujer, demasiado borracho incluso para fugarse según cuentan
sus biógrafos.
Su
cárcel no podía ser una cualquiera, por supuesto, a él le tocó la ominosa San
Quintín y allí fue donde -otro bonito detalle de su leyenda- decidió dedicarse
en cuerpo y alma al country tras un concierto en la misma penitenciaría de Johnny Cash allá por 1958. Dos años
después obtendría la libertad bajo palabra dispuesto, por lo visto, a
convertirse en un buen ciudadano. [Doce años después, el gobernador de
California, a la sazón un actor llamado Ronald
Reagan, firmó un decreto perdonándole todas sus cuentas con la ley. Merle era ya una estrella].
En
apenas un par de años, Haggard
consiguió grabar su primer sencillo, Singing
my heart out, del que sólo consiguió vender unos centenares de copias. Era
un primer intento, el éxito a escala nacional llegó enseguida, en 1964, con su
versión de Sing a sad song de Wynn Stewart, y poco después conocería
a otra persona fundamental para su carrera, Liz Anderson, compositora de canciones como I’m a lonesome fugitive. Ella y Bonnie Owens fueron dos de las mujeres más importantes para sacarle
a su rudo cowboy todo lo que llevaba dentro.
Branded Man
Seguramente,
sin ellas no habría grabado Branded Man
en 1966, el pelotazo definitivo para su lanzamiento como estrella del country.
El sonido Bakersfield alcanzaba su
apogeo y arrebataba el dominio de las listas de éxito a los estudios de
Nashville. Buena parte de la culpa era de Roy
Nichols [1932-2001] y su forma de pellizcar su Telecaster, sin olvidar la
Steel de Ralph Money. Ellos se
encargaban de envolver entre balas de heno y vacas de cuernos infinitos las
harmonías vocales de Buck y Merle.
Para
Haggard fueron años en los que todo
lo que tocaba era ‘número 1’, The Legend
of Bonie and Clyde, Mama Tried… Sing me back home -una de las más versionadas-,
canciones con las que dibujaba una América profunda que se cocía en su propia
salsa de patriotismo puritano. A ella le dedicó uno de sus mayores éxitos, Okie from Muskogee, con una polémica
visión cargada de sátira de ese mundo situado en “Oklahoma, Estados Unidos” que
le perseguiría el resto de su vida cada vez que concedía una entrevista. Sus
referencias a la marihuana y el LSD le alineaban con los hippies, sin embargo,
nada más lejos de su personalidad escondida bajo un sombrero que bastaba mirar
para desmentir tal cosa. Sólo era otro rebelde. Con bastante mala fama, eso sí.
Por
entonces, Nichols ya estaba a su
lado. Se habían conocido a principios de los 60 de la mano de Wynn Stewart y cuando Haggard formó los Strangers en 1965 no tenía ninguna duda de que la guitarra solista
sería para otra leyenda, un niño prodigio que a sus 16 años se disputaban todas
las bandas de su Arizona natal. Le pagaban 90 dólares a la semana, cantidad
apreciable para su edad a finales de los años 40. Su jefe sería el “cerebro”
del sonido Bakersfield, o del Outlaw, pero él era su verdadero brazo ejecutor.
Los solos afilados como un cuchillo y disparados como una bala en un duelo al
sol son casi siempre cosa suya.
Antisistemas del Country
Pero
las ideas eran de Haggard. Quizá no
fuera tan habilidoso como su compañero -cosa improbable en un violinista- o que
tuviera otras cosas que hacer sobre el escenario en el que era el absoluto
protagonista. Merle también era un
gran guitarrista cuya influencia supera la de su instrumento. Nada sería igual
desde su irrupción con sus Telecaster -con el permiso de su colección de
acústicas Martin-, ni siquiera los ‘outlaws’ que le deben su existencia. Los
antisistema del Country.
La
realidad es que la decadencia de Haggard
comenzó con la retirada de Nichols.
Entre líos personales y familiares, las nuevas generaciones del género lo
borraron del mapa casi por completo durante una década en la que sólo publicó
tres discos. En la siguiente serían el triple…
Con
el cambio de milenio volvería al ataque, de nuevo metido en polémicas por sus
opiniones siempre controvertidas, ahora con la guerra de Irak de fondo. Y con
un nuevo solista en su banda, Norman
Stephens, nadie mejor para un nuevo disco con versiones de Lefty Frizzell, Hank Williams y Hank
Thompson entre las que coló tres nuevos temas de su propia cosecha.
Los
últimos tiempos han sido los de las colaboraciones, como les ocurre a los
grandes artistas ya semijubilados por los achaques de la edad, y Merle acumulaba unos cuantos. El
venerable Willie Nelson es uno de
los que no se ha apartado de él con el resultado de grabaciones memorables, la
última, Django & Jimmie, el
pasado año en compañía de otros insignes colegas.
Cash, Jennings, Nelson… Merle Haggard es otro pedazo de la
historia de la música popular americana. Un hombre marcado, un “fugitivo” como
recordaba una y otra vez en sus canciones al que le obsesionaba su pasado de
presidiario. A lo largo de su vida intentó ahogar varias veces aquel episodio
en alcohol y cocaína, un infierno de que siempre consiguió salir gracias a un
tratamiento que nunca falla: una guitarra.