Mudando de piel

Por Diego Julià

Miguel Ángel Ariza se había pasado más de una década defendiendo el mejor rock clásico al frente de Última Experiencia, una banda que se fijaba en el periodo glorioso del rock de guitarras con las miras puestas en Hendrix, Led Zeppelin (no es casualidad que grabaran con Eddie Kramer), Rory Gallagher o los Who de finales de los 60 y principios de los 70. Pero tras tres discos, y una pandemia, el 'power trio' ha desaparecido y su guitarrista y cantante ha vuelto a empezar como, sencillamente, Ariza, con un disco más reposado y maduro, en el que el foco pasa de los electrizantes solos de guitarra a unas canciones más pop y pausadas en las que se mezclan ecos de la psicodelia, el folk o el country rock.  

   

Volver a empezar
comienza con la canción que le da nombre, un sugerente tema en el que psicodelia y castañuelas 'spectorianas' se dan la mano para introducirnos a un mundo en el que el cantante presenta su nuevo sonido, un estribillo con falsetes, voces dobladas y ecos de Haight Ashbury, en el que se mezclan guitarras eléctricas y acústicas. El Lado Oscuro, el segundo adelanto del disco, es un caramelo para los viejos seguidores de Última Experiencia, la canción más clásica del mismo con su Telecaster al frente en un brillante solo.
    

Le sigue Ciegos, una de las mejores canciones del disco, y más representativa de su nuevo sonido, con guitarras acústicas y un slide dándole el filo. Una canción brillantemente construida en la que las melódicas estrofas desembocan en un estribillo resplandeciente. Cicatrices es la canción en la que coquetea con el country rock, con un pedal steel y una onda cercana a un disco de cantautor. Tras su melancolía brilla todavía más la resplandeciente melodía de Héroes, esa gema pop en la que los Byrds y Los Brincos se dan de la mano, en la melodía más certera de su carrera, una oda a las víctimas de ETA que supieron perdonar a sus verdugos en la que su Gretsch Tennessee Rose y una Rickenbacker de 12 cuerdas se dan de la mano sin rencor ni ira.
   

    

Pero puede que mi canción preferida del proyecto sea la excelente Hojas, donde unas inquietantes y seductoras estrofas se rompen en un glorioso estribillo a medio camino entre Brian Wilson y los Zombies, con un solo de trompeta que parece hacer un guiño al Alone Again Or de Love. Como penúltima aparece Cuando Llueve, la canción en la que desempolva al brillante guitarrista que siempre fue. Una canción construida para llegar al clímax guitarrero en el que se desdobla y mezcla las dos guitarras más míticas de la historia, una Stratocaster, en este caso una del 69, y una Les Paul, en este caso una Studio. El disco se cierra con Una canción, un tema totalmente acústico, con una melodía con ligeros ecos medievales, y más propio de cantautor que del antiguo animal del rock & roll que fue.
    

En definitiva, un disco con el que Ariza muda de piel y saca a relucir su lado más personal e intimista, uno en el que se descubre como un compositor con un gran gancho melódico y una admirable facilidad para los estribillos memorables.   

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