Yngwie Malmsteen
El hombre que encontró su alma en un laúd
por Vicente Mateu
Más que una leyenda, Yngwie
Malmsteen es una religión. El sumo sacerdote del dios de la guitarra, profeta
del shredding para millones de fieles en todo el mundo. Un Mozart moderno de las seis cuerdas cuyos secretos guarda
celosamente entre sus dedos. Lars Johan
Yngwie Lannerbäck (Estocolmo, 1963) fue luthier antes que fraile,
descubriendo su instrumento de dentro afuera hasta encontrar su alma en un laúd
del siglo XVII. Rockero de segunda generación, aprendió a tocar siguiendo la
estela de Ritchie Blackmore, no
menos obsesionado con la idea de fusionar la potencia del heavy metal con la perfección de los compositores clásicos.
Aunque más que Blackmore,
al que pronto dejaría atrás, el joven Malmsteen
soñaba con convertirse en un virtuoso como Niccolò
Paganini, salvo que en lugar de un violín él utilizaría una guitarra
eléctrica para tocar sus imposibles 24
caprichos. Empezó con una Stratocaster
cochambrosa y antes de salir de ‘la
adolescencia ya la había ‘tuneado’ inspirado por aquel viejo laud. La leyenda
cuenta, sin embargo, que decidió dedicar su vida a la guitarra, ¡a los siete
años!, mientras veía en la televisión a Jimi
Hendrix en pleno éxtasis incendiario. Un bonito detalle para su biografía
oficial.
Privilegios del estado del bienestar made in Suecia, su madre, de la que toma el apellido para su nombre
artístico, y una hermana que destacaba como flautista, le apoyaron en su
temprana decisión de dedicarse por entero a la música. Apenas había cumplido
los diez años, pero el chico tenía talento. Y, por lo visto, algo insoportable.
Mientras se convertía en el pistolero más rápido del
barrio, Yngwie probó suerte con
bandas locales e incluso grabó en 1981 un disco con los norteamericanos Steeler. De repente, la oportunidad de
cumplir uno de sus sueños se hacía realidad. O casi. Graham Bonnet era fulminantemente despedido de Rainbow –algo habitual- y formaba Alcatrazz. Y él ocuparía el puesto de Blackmore.
Pronto descubriría la necesidad de volar solo. Alcatrazz no era suficiente para sus
ansias de componer su propia música sin tener que ceder espacio a nadie salvo a
su amigo Jens Johansson, un teclista
digno de su nivel técnico con el que compartía la misma visión del mundo. A él
fue a quien llamó para grabar en 1983 –todo iba muy deprisa en su vida- el
primer disco de su carrera en solitario, el mítico Rising Force, el álbum del que muchas ‘enciclopedias’ afirman que
cambió para siempre la forma de entender una guitarra eléctrica. Clapton ya no era dios.
El éxito de Rising Force,
un disco instrumental que se codeaba con los superventas, catapultó a Malmsteen casi –sólo fue nominado- hasta
un Grammy que premiaba la osadía de
su rock “neoclásico” (una
adscripción discutible, por cierto) pero más aún el haber puesto el listón muy
alto como instrumentista, llevando la técnica de la guitarra a niveles nunca
vistos. La increíble velocidad de sus escalas en una tonalidad menor a la
dominante en el heavy, la exactitud
de la ejecución, el famoso shredding, dejaron sin habla incluso a Eddie Van Halen –otro con formación
musical-, que por aquellos tiempos ya caminaba por el olimpo y se disponía a
hacer sitio al recién llegado.
Marching Out, Trilogy… Malmsteen supo mantener la atención del gran público en sus
siguientes discos a pesar de no contar ya con la novedad del nuevo género de
moda en el rock, ahora repleto de
estudiosos de Bach, Vivaldi y compañía, el embrión del metal ‘progresivo’ de nuestros días.
Al mismo tiempo, consagraba la figura del guitarrista
como protagonista principal, capaz de funcionar por sí mismo, un fenómeno que
ha ido creciendo a medida que la tecnología conseguía hacer accesible la
guitarra eléctrica a escala masiva. Tres décadas después, sus lecciones siguen
siendo un capítulo aparte para los millones de personas que tratan de aprender
de él desde la habitación de cualquier casa en cualquier lugar del mundo.
Su contribución a la historia de la guitarra incluye, por
supuesto, su equipamiento y sus trucos para conseguir ese sonido único de la Fender Stratocaster que lleva colgada
desde su primer acorde. Es uno de los mayores coleccionistas de este modelo,
por lo que lo mejor es referirse a su página web, http://www.yngwiemalmsteen.com/, donde
él mismo proporciona suficiente información al respecto. Su dedicación al
perfeccionamiento de su guitarra sólo es comparable a la de un ingeniero de Ferrari.
A mediados de los 80, Yngwie Malmsteen era una joven estrella del rock que aún no había cumplido los 30 y se podía permitir un Jaguar en el garaje.
El mismo con el que se estrelló en 1987 contra un
inoportuno árbol y le puso al borde, literalmente, de la muerte. Sus lesiones en
la cabeza y sobre todo en sus ‘herramientas de trabajo’, sus manos, con los
nervios de sus brazos dañados, le dejaron por desahuciado hasta para su
manager. Nadie apostaba porque pudiera volver ser el mismo. Al parecer, ser una
leyenda del rock lleva aparejado ser
víctima de la maldición que persigue a la gran mayoría de sus estrellas. Él al
menos pudo contarlo. Y no sería la única vez.
Contra todo pronóstico, la tenacidad que demostró para
aprender a tocar le sirvió para revolverse y demostrar que todo seguía en su
sitio. Grabó Odyssey, su disco quizá
más accesible, para inaugurar una nueva etapa en su carrera que culminaría con la
grabación en 1997 de su Concierto Suite for
Electric Guitar and Orchestra junto a la Orquesta Filarmónica Checa. Todo
un derroche de talento para encajar su instrumento en la estructura de una obra
‘clásica’.
Fueron años, sin embargo, de altibajos en los que dio
rienda suelta a su difícil personalidad y volvió a ser propenso a los
accidentes y las desgracias. Se peleó con su discográfica, se casó, se
divorció, y su vida privada empezó a salir en las páginas de sucesos mientras
sus articulaciones empezaban a sufrir las consecuencias de su forma de tocar.
Como un buen número de artistas ya veteranos, Malmsteen encontró refugio en Japón,
donde los súper instrumentistas como él de los 70-80 tienen gran acogida. Una
retirada estratégica para regresar ya en el siglo XXI por todo lo alto con el
G3 de Joe Satriani y Steve Vai. Un trío en el que muchos
vieron a los tres máximos dueños del arte de tocar una guitarra, y él un
escaparate que le devolvió a la actualidad con un nuevo disco bajo el brazo, Attack!!
Malmsteen
cabalgaba de nuevo. Aún no había cumplido los 50 y le quedaba mucho camino por
recorrer. Quizá en EEUU ya no tenía tanto gancho como en los buenos tiempos
pero en Europa aún se le respetaba –y se le respeta- como uno de los grandes
del rock a los que siempre interesa
escuchar. Y siempre nos quedará Japón. Renovó el escenario con el cantante Ripper Owens (ex Judas Priest) y tiró para delante, como se suele decir, inasequible
al desaliento. Spellbound, su último
disco, el 19º de su carrera, lleva fecha de 2012. Rizando el rizo, esta vez
toca todos los instrumentos y pone todas las voces.
Malmsteen ha
llegado a otro punto de inflexión en su carrera. A sus 52 años es aún joven
comparado con lo que se mueve en la competencia, por lo que, salvo que sus problemas
físicos le tengan atenazado, de lo que se trata es de que haga crecer su
leyenda buscando nuevos caminos de la música ‘seria’ en el rock, más allá de Deep
Purple. La alternativa, igualmente respetable, es seguir haciendo bien lo
que siempre ha hecho y hacernos disfrutar en cada concierto. No hay prisa, por
suerte aún nos queda mucho tiempo.
Quizá el problema de Yngwie
Malmsteen sea el mismo que el de su admirado Ritchie Blackmore, otro genio de carácter ‘complicado’ al que una
crisis de identidad convirtió un buen día en ‘trovador renacentista’. Los
simples mortales no les entendemos. Por eso ellos son leyenda.
Escucha Yngwie Malmsteen Guitar God I & Guitar God II en Spotify!