Ted Nugent (1975)
Ted Nugent
En el siglo XXI y más desde unas orejas del Viejo
Continente es muy difícil entender a alguien tan genuinamente americano como Theodore ‘Ted’ Nugent (Detroit, 1948), un
personaje tan contradictorio como su propio país. Un rockero intelectualmente troglodita
que probablemente vota a Trump víctima
de una empanada mental que le sitúa a medio camino entre un ecologista radical
y los Amish o, mejor dicho, en los dos extremos. Sucesor de Charlton Heston en el poderoso lobby
que defiende el derecho a usar armas, es su favorita, sin embargo, la que nos
interesa, la que sólo dispara decibelios desde un altavoz, esa Gibson Byrdland aprisionada entre las
garras de una auténtica bestia salvaje. En 1975, además, las cosas eran muy
distintas…
En la edad de oro de los superguitarristas, a Ted Nugent se le quedaron pequeños los Amboy Dukes, dio un golpe de estado y
puso su nombre en letras grandes en su nuevo disco. Fichó a Derek St. Holmes para ayudarle con la
segunda guitarra y los coros, a Rob
Grange para el bajo y a Clifford
Davies en la batería y se metió en un estudio dispuesto a demostrar que
tocaba mejor que nadie. Tiene, además, una buena voz y sabe cantar, incluidos
sus espeluznantes alaridos.
Por si a alguien le quedaba alguna duda, su primer tema
en solitario fue el impresionante Stranglehold,
ocho minutos largos en los que exhibir las posibilidades de su guitarra y de
sus amplificadores Fender pasados de
rosca para hacer literalmente rugir a las seis cuerdas. Más en serio, la
exactitud de sus dedos para conseguir un sonido limpio, puro, de cada nota
sorprende incluso 35 años después, cuando se ha escuchado cientos de veces. En
1975, por cierto, no había software para echarte un cable con los efectos, todo
se hacía ‘a mano’ y a base de fuerza bruta.
Era el aperitivo de lo que se venía encima en un disco
que encierra un buen puñado de lo mejor de Nugent,
de esas canciones indispensables en sus miles –ya van más de 6.000- actuaciones
en directo. Stormtroopin’, Motor City Madhouse, dedicada a su
Detroit natal, y sobre todo Just What the Doctor Ordered, una de las
mejores lecciones sobre cómo se toca un rock’n’roll.
Es también el tema más personal de Ted Nugent, que hace toda una declaración de principios en sus
primeros versos:
I got my guitar when I was ten years
old
Found a love in rock an' roll
Now I'm on the verge of a nervous breakdown
I'm gonna give my body and soul
Una filosofía de la vida que no entiende de ideologías,
sólo de música, como el autor de esta reseña pudo comprobar hace unos años en
Madrid. Nugent actuaba en Madrid
justo un día antes que los Red Hot Chili
Peppers y, en mitad de su concierto, anunció que “su vecino” iba a subir a
tocar la batería: era Chad Smith.
Sonaron Motor City Mad House y Baby Please don’t go… y ya sabemos a qué
se dedican ambos entre barbacoa y barbacoa. A Nugent, por cierto, le gusta la carne ‘poco hecha’.