Alone In The Universe (2015)

Jeff Lynne's ELO

Debe ser el disco que mejor suena de todos los que han visto la luz en 2015. Por algo es obra de uno de los mejores productores que han pasado por un estudio de grabación en las últimas décadas. Jeff Lynne no necesita presentación, su tarjeta de visita lleva el anagrama de la Electric Light Orchestra, un icono del pop rock que ha renacido tras 14 años de hibernación con Alone In The Universe, un nuevo álbum de la ELO en el que el multiinstrumentista asume toda la responsabilidad de principio a fin, desde el propio nombre de la banda, ahora ligado al suyo para evitar confusiones con la ELO Part II de su antiguo compañero Bev Bevan. De todas formas, nadie duda de cuál es la auténtica.    

Quizá otros le conozcan bajo los seudónimos de Otis o Clayton Wilbury que utilizó a finales de los 80 para formar una superbanda con unos cuantos ‘amigos’: George Harrison, Bob Dylan, Roy Orbison y Tom Petty. Un combo tan soñado como increíble conocido como de Traveling Wilburys.
   

Con los 65 años ya superados (nació en 1947), Lynne parece no tener ninguna gana de jubilarse. Lo demostró en 2014 volviendo a los escenarios en el londinense Hyde Park tras 25 años de colaboraciones esporádicas y encerrado en los estudios de grabación, su verdadero hogar, para producir a otros ‘monstruos’ como Joe Walsh, uno de sus trabajos más recientes (Analog Man, 2012), o recopilar versiones de la ELO.
   

Lynne
regresa con otro homenaje perfecto y fiel a los Beatles, la principal –y casi única- fuente de inspiración que le ha guiado y nunca ha ocultado a lo largo de su carrera. En Alone in the Universe basta cerrar los ojos cuando la melodía se apoya en una lánguida steel para reencontrarse con George Harrison, su gran amigo a quien verdaderamente está dedicado el álbum.
   

No hace falta, sin embargo, esperar a que Lynne se cuelgue la guitarra. El primer corte, When I Was a Boy, arranca con un piano que Paul McCartney seguro que firmaría con los ojos cerrados y los oídos bien abiertos. La primera de una docena de canciones dulces, amables, con suaves harmonías de las que ha conseguido borrar la nostalgia pero que no se salen en ningún momento de un ritmo cadencioso que acaba por hacerse agobiante. La única excepción quizá se puede encontrar en Ain’t It a Drag, un elegante rock’n’roll que parece hecho a la medida de Tom Petty y Roy Orbison.
 

Demasiado azúcar. Lynne ha borrado casi cualquier atisbo de música disco; ahora parece preferir la tranquilidad de un pub con paredes de terciopelo. Pop para adultos casi en estado puro apto para todos los públicos elaborado con la perfección de un maestro, de otra leyenda que por un instante hizo sombra a los mismísimos ‘escarabajos’.
   


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