Reclamando el legado de Pink Floyd
Por Sergio Ariza
Una proyección gigante de una mujer sentada
mirando hacia el mar es nuestra introducción a un concierto inolvidable. Uno
con el que Roger Waters se dispone a
reclamar su legado como uno de los principales artistas que ha dado el rock en
los últimos 50 años. La imagen de la mujer se prolonga durante varios minutos,
es hipnótica y relajante a la vez, como los primeros compases de Breathe que nos arrulla como el sonido
de una ola, un sonido perfecto (cómo ha mejorado el WiZink Center en ese
aspecto al antiguo Palacio de los Deportes) y una banda programada para
replicar cada vibración de los míticos Pink
Floyd de los 70, los que entregaron cuatro obras descomunales seguidas, de The
Dark Side Of The Moon a The Wall.
Años gloriosos en lo que todo lo que tocaban se convertía en oro y que son el
pilar fundamental sobre el que se edifica esta descomunal gira.
No hay casi referencias a otros periodos, ni
mucho menos a otros liderazgos, y aun así el fantasma de estos, Barrett o Gilmour, también se pasea por el
escenario. El del primero en las letras de Waters, siempre obsesionado por el
deterioro mental del hombre que llevó a la banda al éxito, el del segundo en la
música, con dos hombres encargados de reproducir su magia con la voz y, sobre
todo, con la guitarra. De la mayor parte de lo segundo se encarga Dave Kilminster, recreando con
fidelidad algunos de los solos más recordados de todos los tiempos, con su Suhr
Custom, tipo Telecaster. Mientras que de lo primero se encarga un Jonathan Wilson al que Waters
presentará como encargado de las partes vocales de David. Es escalofriante el
parecido de las voces y del resultado final con la obra original, el único pero
que se le podría poner a este concierto es lo poco que busca salirse del canon,
claro que no creo que ningún fan le pueda reprochar eso cuando sientes un
escalofrío al escuchar los primeros compases, exactos a los del viejo vinilo,
de Wish You Were Here. Lo que pasa es
que, con semejante título y letra, uno no se deje llevar por la nostalgia de
verles otra vez juntos. ¿No estamos hablando del mismo hombre que dijo "juntos permanecemos, divididos caemos"?
Pero fuera de eso el concierto fue una
verdadera maravilla, programado al milímetro como una película o una obra de
Broadway en la que todas las piezas encajaban a la perfección, desde el suave
inicio con Breathe, pasando por la
amenazante One Of These Days (la
única concesión 'floydiana' fuera del periodo de esplendor) con el bajo de
Waters en primer plano, la celebrada Time
o el momento de lucimiento de las coristas Jess
Wolfe y Holly Laessig en The Great Gig In The Sky. Todo encajaba
al milímetro, como la maquinaria de un reloj suizo, y así llegaba Welcome To The Machine y uno se tenía
que frotar los ojos ante lo que estaba viendo. Luego llegó el momento para
recordar el último disco en solitario de Waters, Is This The Life we Really Want?, pero, a pesar de sus bondades, es
difícil destacar sobre un repertorio construido por algunas de las piezas de
música más importantes del siglo XX. Suena Wish
You Were Here y un mar de móviles surge para recordar a los que no están (y
también para poder desatar la envidia de los que no estuvieron allí). Luego
llega el momento de irnos al Muro. Un grupo de encapuchados con traje naranja,
como presos de Guantánamo, hace su aparición en el escenario, con Another Brick In The Wall nos daremos
cuenta de que se trata de un grupo de niños madrileños.
Hay un primer parón en el que se nos bombardea
con eslóganes variados, contra Trump,
contra la política israelí en Palestina, contra Mark Zuckerberg... De repente comienza a sonar Dogs y el WiZink Center se transforma en la mítica fábrica de la
portada de Animals, increíble. Con Pigs Waters vuelve a disparar contra los
"cerdos" que nos gobiernan,
hace su aparición Algie, el mítico cerdo volador de Pink Floyd, con la leyenda
"permanece humano", música
y espectáculo van de la mano a la perfección. Luego un bajo entra al ritmo de
una caja registradora y Waters vuelve a señalar con el dedo a varios
gobernantes mundiales durante Money.
Por si no fuera poco, el prisma de la portada de The Dark Side Of the Moon se materializa ante nuestros ojos y, como
me dice un amigo, nos metemos dentro de la portada de uno de los discos más
famosos de todos los tiempos, suenan Brain
Damage y Eclipse.
Para los bises Waters cambia la habitual Mother de The Wall por el final de Is
This The Life we Really Want?, el trío compuesto por Wait For Her, Oceans Apart y Part
of Me Died, con una letra inspirada por el poeta palestino Mahmoud Darwish. Es uno de los pocos
momentos que se salen del guión y es por ello de los más especiales. Puede que
no sea uno de sus clásicos pero le hace conectar de otra forma con el público.
Al final llega, como no podía ser de otra forma, Comfortably Numb, el colofón perfecto para un concierto
espectacular. Pero mientras suena el solo, los fantasmas vuelven a aflorar y la
tremenda huella del pasado se hace más evidente. Ha sido un concierto increíble
pero no puedo dejar de pensar en lo imposible… como desearía que estuvierais aquí,
Syd, David, Rick y Nick.
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