Una marca España. Una guitarra universal.

por Alberto D. Prieto

En el principio fue el verbo. Pero era muy aburrido, monocorde, y el verbo se hizo música. Encontró las armonías y los arpegios; las escalas y los acordes; los timbres, las tonalidades... el verbo se hizo juguetón. Todo vibra y resuena en este mundo en diferentes longitudes de onda. Y lo que llamamos inventores, en realidad, no son más que exploradores, pioneros visionarios de una idea, a la que persiguen con denuedo y sin fatiga. Son creyentes.    

Cuando la guitarra no se enchufaba, porque no había enchufes, "Amazon era mi abuelo, en un carro, de pueblo en pueblo". La historia de Guitarras Manuel Rodríguez and Sons se remonta a los colmaos y tablaos del Madrid de finales del XIX y principios del XX, donde ser guitarrero y guitarrista venía ser, a veces, más o menos lo mismo. Cuando los artistas lo eran con las manos y entregaban sus talentos a tanto la noche y la pieza. Don Manuel, el abuelo, había regresado de los cafés del París de la Belle Epoque cuando estalló la I Guerra Mundial, con su guitarra bajo el brazo, y entró a trabajar en el taller sito en la calle Concepción Jerónima, 2... la casa de los Ramírez, la primera escuela de luthiers de Madrid.

Allí entró el siguiente Manuel Rodríguez, el segundo, de aprendiz, a mirar, callar y escuchar los sonidos del taller, a entender las vibraciones y explorar los senderos del arte del luthier que el abuelo, ya oficial, compartía con quienes, tras la guerra civil, habían retomado la fabricación de guitarras españolas en un Madrid frío de estufa poco alimentada, malos humos y pocas viandas. Un Madrid donde las palmas se daban para entrar en calor y los dedos sangraban a los flamencos entre sabañones y cuerdas de tripa tensas como el futuro incierto. En seis años, Manuel padre pasó de aprendiz en el taller, a una peseta y media de sueldo, a construir su primera guitarra flamenca, por la que recibió 500 rubias. De las de 1945. Le dieron para un traje a medida.
Al otro lado del charco, un tal BB King ya pergeñaba estrategias para vestirse de seda -"si vas a tocar blues, debes vestirte como para buscar un buen empleo"-.
   

Madrid era pobre, y los pobres querían ser artistas. Los sellos del baúl de la Piquer eran el objetivo de todos los hambrientos de manos inquietas, y el mundo entero demandaba artesanos del cante, el baile y el rasgueo a las seis cuerdas. Viajar y triunfar era un sobrevivir en realidad, no daba visado para el oropel, pero sí para hacerse un traje de luces coloridas. Y un nombre con el que atraer alumnos a los que transmitir las artes entre bolo y bolo. Así que la guitarra era al tiempo medio y fin. Había necesidad de materia prima: de guitarras.
   

Las maderas, los baretajes, las cerillas, las tapas armónicas, las bocas, puentes y demás secretos del luthier
se aprendían acariciando el instrumento desde sus componentes troquelados con mimo hasta el barnizado de horas a mano. Y como acariciar es hacer vibrar, Manuel Ramírez, el padre, entró en su resonancia, halló su longitud de onda, y visualizó su camino para explorarlo. No era un visionario, ni un inventor, era un artista de las manos. Un creyente.
Hoy el tercer Manuel Rodríguez relata, no como un mérito, sino como parte de su verdad, parte esencial, cómo se ha convertido en lo que es, un inmigrante en su patria, un fabricante de empleos, un apasionado de la marca España.    

"Mi padre se fue a Hollywood con sus únicas manos y su amor por el instrumento cuando supo que allí había pasión e interés, pero nadie que los satisficiera"
. En la tierra prometida americana se oían los ecos de los acordes españoles y muchos se preguntaban dónde adquirir esa bella caja hueca de madera, con curvas tan vibrantes como las de Ava Gardner, y gemidos todavía más ricos en matices.
"De él aprendí los oficios. El de luthier y el de vendedor. Pero, sobre todo, aprendí los amores. Por sus oficios y por España".  

Manuel Rodríguez III estrecha tu mano implacable con la firmeza de un hombre de negocios americano, decidido y apasionado. Te habla con una voz resonante, tremenda, y su cadencia se entona cuando te cuenta sus ideas. No las que tiene, las que impulsa. Pareciera que ninguna se le escapa, que tiene tiempo para puntear todas las que le bullen en su cabeza --barnizada, templo pulimentado como sus piezas de madera--. En su fábrica de Esquivias (Toledo), te pasea por todas las capillas de su templo, rememorando cada una de sus iniciativas, asociaciones y obras de lo que los yanquis llaman 'charity' y que aquí traducimos por 'responsabilidad social', haciendo gala de todos los célebres y famosos que adornan su crucero de oficinas, ésos que le impulsan la marca --"no la mía, la marca España, la guitarra es España y aquí no nos enteramos"--.    

Hay un hogar sagrado, chiquito y bajo llave, en un pasillo tras la nave principal. Es el pequeño taller de Manuel Rodríguez II. Está tal cual lo dejó antes de morir, hace unos años. Lo atestigua un calendario parado en el tiempo impregnado por el polvo de madera del tiempo. Allí, las herramientas intocadas, las maderas a medio cortar, las guías y varillas y un aroma más profundo, si cabe, a barniz de sabiduría y manos apasionadas. La luz se filtra por los ventanales como si fuese media tarde, y el aire se vuelve sepia, como en un viaje en el tiempo que hace sonreír. Pisas un serrín con huellas pasadas y acaricias palosantos, cedros o nogales seleccionados por manos viejas y sabias. Fuera en la nave los trabajadores están afanados, pero aquí dentro la madera que anima estas guitarras permanece igual de viva.
   

Hoy, Guitarras Manuel Rodríguez and Sons recibe premios del Gobierno de EEUU, acoge en sus instalaciones a su secretario de Estado, regala piezas de miles de euros a ex presidentes, que luego sus fundaciones subastan y, con su dinero, curan enfermedades, educan niños en lugares remotos... Manuel abraza actores y músicos del mundo entero, "y no es por lucir fotos, esos cuadros son una consecuencia agradecida, es porque creo que la música tiene la capacidad de movilizar a la sociedad".
   

El tercer Rodríguez -hay un cuarto, adolescente, que lo acompaña siempre que los estudios lo permiten- acaba de ampliar la fábrica. "Nos hemos traído toda la producción a España. Antes, las guitarras más estándar las hacíamos en China. Ojo, con la misma calidad y exigencias que aquí. Pero hemos decidido invertir en la verdadera 'marca España', la que se hace a mano". De la mano, precisamente, de una entidad financiera de 'fair trade' o 'fair finance' --eso que en España tiene poca o mala traducción, al menos por el momento--, ha habilitado una nueva nave y comienza ya a producirlo todo aquí. Ha entendido que si la guitarra es española, en esta latitud ha de estar su cuna y en esta longitud, su onda.
   

"Yo no soy rico, pero tengo unas manos para hacer guitarras, eso es lo que sé hacer. Tengo eso y el prestigio desde 1905 de mi familia, española, como este instrumento. Eso es lo que busca quien compra uno de nuestras piezas", relata entusiasmado. Y, de inmediato, se le ensombrece el semblante. "Los americanos, y yo soy también americano, tanto como español, quieren esto. España es esto, es nuestro valor. A veces, parece que nos hemos olvidado de los pioneros, de los aventureros, de los descubridores".
   

De los creyentes, podríamos añadir. Creyentes en que conquistar es ser uno mismo, la mejor versión de uno mismo. De su esencia. Manuel Rodríguez y sus guitarras vibran con ello. A mano firme, al milímetro del detalle, con pasión española y determinación universal.

Página web oficial: 
http://mrguitarras.es

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