Al estilo de Johnny Winter
Por Miguel Ángel Ariza
Nacido un
23 de febrero de 1944 en Tejas y siendo albino la vida de Johnny Winter no
tenía pinta de ser demasiado sencilla en aquella época en un estado en general
muy poco amigo de los extremos en los colores de la piel del ser
humano...Cuenta la leyenda que su padre, avergonzado de la palidez de su hijo,
le tenía medio encerrado en su habitación y lo único que le dio en su vida fue
un ukelele. La historia demostró que para el pequeño Johnny aquello fue más que
suficiente.
En 1968 su
amigo Mike Bloomfield,
en cuyo mundo nos hemos adentrado recientemente en esta sección, le invitó a
tocar una canción en el Fillmore East de Nueva York cuando éste estaba de gira
con su disco Super Session. Aquella
canción, It's my Own Fault de su
idolatrado B.B King,
y un artículo venerando su increíble fuerza y su técnica desconocidas hasta la
fecha en la revista Rolling Stone aquel mismo año, fue
suficiente para ganarse el mayor adelanto económico que ninguna discográfica
había desembolsado hasta la fecha.
En aquella
época aún estaba en búsqueda del tono que ansiaba desde hacía tiempo. Iba
probando guitarras en busca de la mezcla que él siempre consideró la perfecta:
el tono de Fender con la comodidad a la hora de tocar de Gibson.
Así fueron pasando por sus manos algunas Fender Stratocaster y Telecaster,
alguna Gibson Les Paul Custom e incluso algún modelo menos
reconocible como la Fender XII o la Epiphone Wilshire.
Ninguna de ellas acabó por convencerle hasta que llegó a sus manos una Gibson
Firebird de 1963 o 1964 y que debido a su diseño y sobre todo a
sus Mini humbuckers, más brillantes que las pastillas dobles
normales de Gibson, acabó por atarle a ella por muchos años. De hecho este
modelo le gustó tanto que como él mismo reconoció en alguna entrevista se
compró como siete u ocho modelos a la vez, cada una de un color distinto. De
ahí que este modelo sea quizá el más representativo de la época dorada de este
genial guitarrista.
Años más
tarde, en 1984, con un Johnny Winter un tanto desubicado entre héroes de la
guitarra que le habían sobrepasado técnicamente y un sonido en el rock cada vez
más procesado lejano al blues de raíces en el que él había ocupado un sitio de
su olimpo, Mark Erlewine le llevó al tejano la que desde
entonces sería su principal guitarra y la culpable de que tan solo usase sus
viejas Firebird para sus canciones con slide. Aquel modelo llamado The
Lazer, una de las guitarras más feas que un servidor ha tenido la
oportunidad de ver en directo, colmaba todas las expectativas que Winter quería
en una guitarra; por fin conseguía el tono de una Fender y la absoluta
comodidad de un mástil que adoptó como suyo hasta el final de sus días.
Junto con
sus modelos de The Lazer y sus Firebird, guitarras que usó casi en exclusividad
durante los últimos 25 o 30 años de su carrera, siempre pudimos verle
acompañado en el escenario, al menos en sus giras americanas, de un
amplificador de transistores en formato combo 4x10 de Musicman que
usó desde mediados de los 70 por su sonido agudo y casi estridente y a eso le
añadía algún efecto tan clásico como el Ibanez Tubescreamer o
el Boss CE-2.
Tampoco
necesitaba mucho más un guitarrista que fue sin duda el pistolero más rápido
del Oeste durante muchos años pero que, a diferencia de la mayoría de sus
sucesores, no basaba en esa velocidad todo su arte sino que su fuerza emanaba
de un sonido increíblemente crudo y visceral y así, paradójicamente, un albino
de Tejas llevó el sonido del blues negro más puro a una nueva dimensión.